Capítulo 6
MISTERIO EN LA LAGUNA. CAPITULO 6
Archivo Histórico Diocesano, La Laguna.
Marta se había puesto en contacto a primera hora con sus
colaboradores Enrique y Roberto, los mismos que la ayudaron recientemente en la
cripta de San Agustín, para que se reuniesen con ella en el Archivo Histórico
Diocesano.
Los charcos de agua de las calles laguneras evidenciaban que
la noche anterior había caído una buena. El olor a mojado lo impregnaba todo y
a aquella hora temprana de la mañana se notaba ese aire fresco que tanto
vigorizaba a los habitantes de la ciudad.
La calle Anchieta, dado que era una de las pocas calles que
cruzaban La Laguna de este a oeste, soportaba un tráfico intenso, por lo que sería
imposible conseguir un aparcamiento. Marta lo había previsto y había venido
caminando desde su casa, en el barrio de San Benito. Al llegar a la sede del
Archivo se encontró con sus ayudantes, que la esperaban en la puerta.
-Buenos días, compañeros –les saludó-. ¿Han traído el
equipo?
Los jóvenes arqueólogos le mostraron sendas bolsas llenas de
material de trabajo.
-Pues vamos adentro, que tenemos cosas que hacer.
Los tres entraron en el Archivo. El Director apareció por
las escaleras en veinte segundos desde que hicieron notar su presencia.
-Buenos días. ¡Vienen temprano! ¡Estupendo!
Marta presentó al director a sus colaboradores y entraron en
la zona de conservación de los documentos. Cruzaron los pasillos de estanterías
hasta llegar a la parte trasera de la casa.
-Esta casa no era propiamente del obispado hasta que la
compró en los años noventa –explicó el director-. Se habilitó para que
contuviera el archivo y desde entonces se le ha dado este uso.
-Es evidente que el esqueleto es anterior a esa fecha
–replicó Marta-. ¿Sabe quién era el anterior propietario de la casa?
-Se han sucedido incontables cambios de propietarios en los
últimos doscientos años. Dudo mucho que en el Registro de la Propiedad se puedan
conseguir datos anteriores a mediados del siglo XIX.
-Este cadáver debe de ser algo anterior. Habrá que
investigar en otras fuentes históricas.
Los ayudantes de Marta dejaron las bolsas en el suelo y las
abrieron. Comenzaron a sacar unos pequeños martillos neumáticos y piezas de
protección personal.
-Vamos a abrir el muro –advirtió Marta-. Así podremos
trabajar sobre el esqueleto. Se trata de encontrar alguna pista que nos diga de
quién podía tratarse.
El director se apartó unos pasos y dejó espacio para que
trabajaran los arqueólogos. Enrique y Roberto se colocaron sendas mascarillas y
gafas y se pusieron manos a la obra. Ya lo habían hecho otras veces y
comenzaron desgastando con los martillos las junturas de los grandes bloques de
piedra tosca que conformaban la pared. El polvo que levantaron en dos minutos obligó
al director y a Marta a salir de la sala y cerrar la puerta tras ellos.
-¿Crees que sacaremos algo en claro, Marta?
La arqueóloga miró a su amigo con una sonrisa
-En un rato lo sabremos. El espacio a investigar es pequeño
y estrecho. La investigación no durará mucho.
El ruido de los martillos se detenía cada ciertos minutos,
los dedicados por la pareja de trabajadores en desmontar una piedra tras otra.
En apenas un cuarto de hora se abrió la puerta y Enrique se asomó por ella.
-Hemos terminado. Ya pueden entrar.
-Las ventanas y la puerta que daban al patio trasero de la
casa ayudaron en poco tiempo que el ambiente lleno de polvo se despejase. Marta
se acercó al hueco que sus compañeros habían dejado en la pared y examinó el espacio
que se abría ante sus ojos. El esqueleto se encontraba derrumbado sobre sí
mismo. Los huesos aparecían amontonados en desorden, con la calavera
presidiéndolos en lo más alto. La arqueóloga se fijó en determinados huesos,
sin tocar nada.
-Era una mujer, y joven.
-¿Cómo sabe eso? –preguntó el director.
-La longitud de determinados huesos y la anchura de la pelvis.
La edad viene determinada por lo bien conservada que está la dentadura. A mayor
edad, peor dentadura. Era así hace siglos.
-Entiendo. Pues me parece sobrecogedor. Una joven muerta
así. Es terrorífico.
-A mí también me lo parece, Adrián. Pero no es la primera
vez que aparecen monstruosidades de este estilo. La mentalidad de algunas
épocas explica este tipo de comportamientos, aunque nunca los justifiquen.
La arqueóloga desvió su atención al brazo colgado del
grillete unido a la anilla por una cadena corta. El hierro podía darle alguna
pista.
-El sistema de cierre es muy antiguo, con un remache –dijo-.
Siglo XVIII diría yo. Cuando le colocaron esta anilla en el brazo, lo hicieron
con la intención de no abrirla más.
-¡Es terrible! –exclamó el sacerdote, santiguándose.
-A primera vista, poco más puedo decir. Hay que sacar los
huesos y buscar restos de tejidos para examinarlos en el laboratorio. Por lo
que veo, hay algo en el fondo, por lo que deduzco que la víctima estaba
vestida.
-Marta, hemos notado algo extraño al quitar las piedras del
muro –dijo Enrique.
La arqueóloga miró a sus compañeros y les indicó con un
gesto que prosiguieran.
-Un par de estas piedras, de las grandes, tenían dos
argamasas distintas. Como si las hubieran colocado dos veces en un corto
espacio de tiempo.
-Entiendo ahora lo que me estaba intrigando –replicó Marta-.
He observado que la parte posterior del cráneo está hendida, como si hubiera
recibido un golpe muy fuerte. No se golpea la cabeza de alguien a quien le has
dedicado el trabajo de emparedarla viva y de atarla a una anilla con un
grillete.
-En eso tienes razón –dijo el director-. ¿Y cuál es la
explicación?
-Pues que otra
persona distinta, o tal vez la misma, llegó un tiempo después de
haber encerrado a la joven tras el muro,
y lo abrió de nuevo.
-¿Lo abrió de nuevo? ¡Válgame Cristo! ¿Con qué objeto?
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