MISTERIO EN LA LAGUNA, CAPÍTULO 57
–Dime, Jaime ¿Alguien más estaba al tanto
de la aparición del documento de propiedad de esta casa?
Sandra lanzó la pregunta al jefe de sala
del Archivo Diocesano al tiempo que tomaba varias fotos de los anaqueles
cargados de legajos.
–Que yo sepa, no. Quedó entre nosotros
dos. Pero, ¿qué importancia puede tener?
–Tal vez a alguien no le interese que se
investigue mucho el tema.
Barreto pareció sorprendido de la teoría
de Sandra.
–No puedo creer que nadie quisiera hacerle
daño al bueno de don Adrián por un asunto así. Se trata de un crimen de hace
trescientos años. ¿A quién le puede importar?
–Es solo una hipótesis, Jaime. Detrás de
todo esto hay cosas que se me escapan. Pero te aseguro que las consecuencias
del emparedamiento de esa pobre mujer parecen llegar hasta hoy día.
–No sé qué decirte –contestó el archivero
con gesto de impotencia–. Dime qué puedo hacer por ti.
Sandra adoptó una sonrisa pícara.
–Podrías ayudarme en la investigación.
Necesito un listado de las jóvenes que estuvieron bajo tutela o institución
similar en el primer tercio del siglo XVIII. También de las niñas huérfanas,
adoptadas o recogidas por las monjas. Y ver si aparece por algún lado el
apellido Solórzano y Quesada. Este es un archivo de documentación religiosa,
¿no?
Barreto se quedó pensativo unos instantes.
La petición no era nada ordinaria.
–Se puede intentar con lo que tenemos
aquí, pero habría que confrontar los datos que obtengamos con los que haya en
los protocolos notariales. Ya sabes, lo que están en…
–El Archivo Histórico Provincial, lo sé.
Ya tenemos a Pedro Hernández trabajando en ello.
–¿Tenemos?
–La arqueóloga Marta Herrero está también
en el asunto.
–De acuerdo, lo haré. Espero encontrar
algo en los próximos días.
–Gracias, Jaime. Voy a recoger a Conchín y
nos vamos.
El archivero la acompañó a la última
estancia de la casa. Al llegar, vieron a la mujer sentada sobre uno de los
bloques que pertenecían a la pared. Tenía el rostro oculto entre las manos.
–¿Todo bien? –preguntó la periodista.
Conchín apartó las manos y desvió la vista
hacia Sandra. Su mirada parecía cargar con un profundo sufrimiento. La
periodista se alarmó.
–¿Qué ocurre? –repreguntó.
La sensitiva tomó fuerzas antes de
responder.
–No ocurre. Ocurrió –dijo con voz
entrecortada–. Debías haberme avisado de esto. Todavía estoy conmocionada.
–¿Has visto algo? –preguntó.
El archivero se revolvió inquieto a la
espalda de Sandra.
–¿Qué pasa? ¿Qué es lo que tenía que ver?
Sandra se giró hacia Barreto.
–No te preocupes, Jaime. Es parte de la
investigación. Déjame hacer.
El hombre levantó las manos en señal de
rendición y se encogió de hombros. La periodista se volvió hacia Conchín.
–Dime qué has visto, por favor.
La mujer fijó la mirada en el suelo antes
de hablar.
–Era de noche. Vi a una mujer joven, con
un vestido muy antiguo. La traían dos hombres a rastras. Eran lacayos, sin
duda, y un tercero, mucho mayor, bien vestido, daba las órdenes. No pude
entender lo que decían, pero las imágenes hablaban por sí solas. La encadenaron
a un grillete en la pared. La mujer no decía nada. No se quejaba ni suplicaba.
Solo dedicaba al hombre mayor una mirada de odio feroz.
Conchín detuvo el relato unos segundos,
para respirar hondo. Sandra notaba en ella una gran tensión acumulada.
–¿Y qué pasó luego?
La sensitiva se llevó el dorso de la mano
a la frente, como si tratara de evitar asomarse a un recuerdo angustioso.
–Después, los criados comenzaron a
levantar un muro, encerrándola. El hombre le repetía de modo insistente la
misma pregunta a la mujer. Dónde estaba un objeto importante. Ella no respondió
en ningún momento y seguía mirándolo con fijeza.
–Vaya situación más estresante –comentó
Sandra.
–Cuando el muro estuvo casi completo. El
hombre hizo su última pregunta. Entonces ella sí respondió.
Conchín se calló. Sandra esperó unos
segundos antes de tocarle el hombro.
–¿Y qué dijo?
–Dijo una frase extraña: “Nunca lo
encontrarás, el antepasado lo vigila tras el alumbramiento”.
La periodista abrió los ojos de
desconcierto.
–¿Y qué significa eso?
–No lo sé –respondió Conchín–. Ya te dije
que me parecía extraña.
–¿Y qué pasó luego?
–Luego solo veo oscuridad. Un tiempo largo
de tinieblas. Y, en un momento dado, aparece un rayo de luz. Un hueco en el
muro se abre poco a poco. Una silueta negra se asoma. Porta en una mano una
maza de hierro, como un martillo grande. Y dice una frase.
Sandra se sentía totalmente sobrecogida.
Casi no se atrevía a preguntar, pero lo hizo.
–¿Qué frase?
–“Ya no te necesitamos”. Y a continuación
golpeó a la joven, una, dos, y tres veces en la cabeza.
–¡Dios mío! ¿Y qué más?
–Nada más. Vuelve la oscuridad, y esta vez
es definitiva.
–¡Qué horror! ¿Pudiste ver quién era la
sombra? ¿El hombre mayor?
–No. Apenas se podía vislumbrar por la
falta de luz. Pero, por la voz, pude reconocer que se trataba de una mujer.
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Estos capítulos corresponden a una
iniciativa de Mariano Gambín, en colaboración con sus amigos de Facebook, para
aportar un rato de entretenimiento en estos días de reclusión forzosa.
Si has llegado tarde al inicio, puedes
leer los demás capítulos en misterioenlalaguna.blogspot.com, y ofrecer ideas
para su continuación.
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