MISTERIO EN LA LAGUNA. CAPÍTULO 38.

Al término de la comida con Sandra, Marta se acercó a la facultad de Historia. Había recibido una llamada de unos sus colaboradores, Roberto, en la que le anunciaba que ya tenía los resultados del examen del laboratorio de los restos hallados emparedados. La arqueóloga le indicó que llegaría en pocos minutos.
Tras recoger el coche en su casa, salió a la autovía y tomó el sentido descendente. Entró por la gran rotonda de los centros comerciales, cruzó el puente por encima del fluido tráfico y rodeó a la mitad la siguiente rotonda. Bajó el tramo descendente y giró a la izquierda para terminar entrando en el aparcamiento reservado a los profesores del Campus de Guajara. El laboratorio se encontraba en la primera planta del edificio departamental de la facultad de Geografía e Historia.
Marta entró en el gigantesco patio interior cubierto del edificio, blanco y frío, y subió por las escaleras a su departamento, el de Prehistoria. Se dirigió directamente al laboratorio sin pasar por su despacho. El silencio causado por la ausencia de alumnos y de profesores, las clases todavía no habían comenzado, le permitió algo insólito, escuchar sus pasos sobre el linóleo del pavimento hasta llegar a la puerta, que abrió sin más trámite.
Dentro de una gran sala ocupada por mesas de trabajo, aparatos electrónicos, armarios y estanterías repletas de todo tipo de muestras, se encontraba Roberto, su ayudante, sentado al fondo. El joven se levantó en cuanto vio a la profesora.
-Buenas tardes, Roberto. Cómo se nota que todavía estamos de vacaciones.
-Buenas tardes, Marta. Sobre todo, nosotros –contestó con ironía-. Pero no te preocupes por mí, lo hago con mucho gusto. Y este caso me intriga mucho.
-Ya somos dos. ¿Qué dicen los resultados?
El ayudante tomó los papeles que tenía sobre la mesa y les echó un vistazo de recordatorio antes de comentarlos.
-La datación de los huesos viene a coincidir con la de los restos de tela y madera. Te equivocaste en unas cuantas décadas. No son del primer tercio del siglo XVIII, sino de finales, año arriba, año abajo.
-Suelo acertar más cuando se trata de milenios –respondió la arqueóloga-. De todos modos, todavía es muy difícil acertar con el decenio en concreto. Siempre es aproximado.
-El análisis estilístico del tacón también apunta a la moda de finales del XVIII, la época de María Antonieta y la revolución francesa.
-Bien, eso nos ayudará a concretar la búsqueda documental. Comenzaremos por 1780 hasta fin de siglo. ¿Qué más?
-Tenías razón en cuanto al fluido utilizado para escribir el mensaje en la pared. Es sangre, y posiblemente de la propia víctima.
-¿Tenemos ya el resultado del ADN?
-Me han dicho los colegas de Química que lo tendrán mañana, que tenemos suerte de que todavía no hay mucho trabajo. También me han comentado que las muestras pueden estar contaminadas y que, por tanto, los resultados puede que no sean demasiado fiables.
-Lo sé –respondió la arqueóloga-. Pero es lo que tenemos.
-¿Algo de los grilletes?
-Ese es un elemento que aporta poco. Le envié las fotos al profesor Palau, el especialista en utillaje de hierro, y me ha contestado que no hubo una evolución significativa en ese tipo de esposas. No cambiaron prácticamente nada en doscientos años. Está conforme en datarla en el siglo XVIII, pero no aventura fecha concreta.
-Me lo imaginaba. Era de una factura muy simple, y muy efectiva, por desgracia para la mujer –Marta hizo memoria de los objetos extraídos-. Quedaba algo, ¿no?
-Sí, la medallita que llevaba colgada al cuello. Está tan herrumbrosa que apenas se puede distinguir el motivo que llevaba esculpido. El análisis espectrográfico ha arrojado una imagen, pero es muy borrosa. Yo apenas distingo nada.
-Déjame verla –pidió la arqueóloga, que se acercó al ordenador de Roberto.
El ayudante se hizo a un lado y sus dedos volaron sobre el teclado. En la pantalla apareció una imagen de la medalla, sometida a diversos filtros y tratamientos. Marta aguzó la vista para tratar de encontrar algo reconocible en la figura que observaba.
-Parece una cruz al revés, invertida, con el cruce de maderos en la parte baja. Y además hay algo más que no reconozco.
-Sí, yo también veo la cruz invertida –indicó Roberto-. Me extrañó, ya que no la había visto nunca. El agujero del enganche, que se supone que está en la parte superior de la medalla, es lo que nos hace verla así.
Marta reflexionó un instante.
-En el simbolismo cristiano, la cruz invertida es el signo de San Pedro, el primer obispo de Roma, el discípulo más cercano a Jesucristo. La tradición dice que san Pedro, en su martirio, pidió ser crucificado boca abajo porque no se consideraba digno de morir del mismo modo que Jesús.
-Hay que ver qué cosas –respondió Roberto-. Nunca había visto una medalla dedicada a san Pedro. Es un santo con menos devoción que otros, por no decir de las vírgenes. ¿Habías visto alguna medalla así en Canarias?
-No soy especialista en imaginería religiosa del barroco, pero no me suena. Lo que sí recuerdo es que a san Pedro se le vincula, desde la Edad Media, con un hecho singular.
-¿Cuál?
-Según la tradición, fue quien se llevó y guardó la copa de la Última Cena. El depositario del Santo Grial.



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Estos capítulos corresponden a una iniciativa de Mariano Gambín, en colaboración con sus amigos de Facebook, para aportar un rato de entretenimiento en estos días de reclusión forzosa.


Si has llegado tarde al inicio, puedes leer los demás capítulos en misterioenlalaguna.blogspot.com, y ofrecer ideas para su continuación.


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