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Mostrando entradas de marzo, 2020
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MISTERIO EN LA LAGUNA. CAPÍTULO 11 Aeropuerto Reina Sofía Tenerife Sur. Sandra miró por la ventanilla y vio la silueta del Teide que destacaba, brillante, sobre un fondo azul celeste claro, y una sensación de bienestar la envolvió por completo. Estaba bien salir de la isla de vez en cuando para hacer turismo o ir de compras, pero no había nada como volver a casa. Las casi cinco horas de vuelo desde Munich a Tenerife se le habían pasado rápido. Sobre todo porque pudo echar una cabezadita de tres horas que compensó el madrugón que el grupo de viajeros tuvo que enfrentar para tomar el avión a primera hora. Llevaba toda la semana de madrugones encadenados para iniciar las visitas diarias. Los horarios alemanes tenían esas cosas. Se llevaba un buen recuerdo del sur de Alemania. El viaje, desde el lago Constanza hasta la Selva Negra, pasando por diversas localidades de Baviera, le había ofrecido una nueva perspectiva del pueblo teutón. Acostumbrada a ellos, como tod
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MISTERIO EN LA LAGUNA. CAPÍTULO 10 Santa Cruz de Tenerife. El domingo había amanecido soleado y esa circunstancia provocó que, tanto Emelina como Olegario, se levantaran de buen humor. El chófer apenas había dormido cuatro horas, pero eran suficientes para él. -¿Qué te parece si nos vamos a dar un baño la playa? A Olegario, aquello de estar horas tostándose al sol en Las Teresitas, rodeados de gente, no le atraía demasiado. -Me encantaría, cariño mío- respondió en voz baja. -¡Perfecto! Prepararé una tortilla de papas para llevar y así comemos allí. Más horas aún, tembló Olegario. Debería añadir a la cesta un pack de seis cervezas para aguantar el duro trago. Y la crema protección 100 que había conseguido en una farmacia cuya titular había tenido que pedirla no sé dónde. Pero lo peor era que su siesta dominical corría peligro. Olegario salió al balcón de la casa que compartía con Emelina en el barrio de la Cruz del Señor. Desde allí, en lo que per

MISTERIO EN LA LAGUNA CAPITULO 9

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CAPITULO 9 Ariosto subió las escaleras interiores de la casa de su tía Enriqueta en La Laguna con la caja de galletas inglesas bajo el brazo. Nunca se presentaba en aquella vivienda con las manos vacías. Y no era porque así se lo exigiera su propietaria, sino porque era el modo de sacarle una sonrisa a la mujer, que casi siempre estaba en permanente modo serio. –¡Bienvenido, Luisito! –exclamó Enriqueta en cuanto vio a Ariosto–. ¡Qué detalle traer las galletas! No debiste hacerlo. Así no voy a mantener la línea. Enriqueta era delgada, siempre lo había sido, y poseía una silueta que se estilizaba aún más al vestir siempre de negro, aunque con mucha elegancia. –Sabes que las traigo por mí, me encanta merendar con ellas –le dijo el recién llegado. –¡Ah!, en ese caso, te haré el favor de acompañarte. Pasa, que prepararé una infusión. ¿Quieres de la mía? Ariosto tembló al pensar en los brebajes que se preparaba Enriqueta, fruto de la mezcla de varias hierbas de extraño nombre d
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 MISTERIO EN LA LAGUNA. CAPÍTULO  8     El trabajo de Marta y de sus ayudantes consistió en extraer, documentándolo todo fotográficamente, cada uno de los huesos existentes en el hueco de la pared y en hacer un inventario con ellos relacionando su descripción, medidas y disposición en el suelo. Los huesos se fueron colocando en una lámina de plástico grande adyacente, en el orden corporal de todo esqueleto. Con esto se trataba de comprobar que no faltara ninguno. Debajo de los huesos de la pierna, los que estaban en la base del montón, aparecieron restos de tejido y de otros materiales. Estos se sacaron con mayor cuidado todavía. Marta levantó a la luz un pedazo de madera con forma de tacón. -Esto confirma que era una mujer –indicó a sus colegas-. Este tacón femenino es del siglo XVIII, o tal vez algo anterior, pero no mucho. Sobre otra capa de plástico se colocaron restos de hebillas, de cuero carcomido y una pequeña pulsera con una medallita cuyo motivo no se veía clar
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MISTERIO EN LA LAGUNA. CAPÍTULO 7 A Ariosto le costó conciliar el sueño. Había vuelto a su casa de Santa Cruz, una mansión familiar cerca de la plaza de los Patos, a las cinco y media de la madrugada. Por un momento, dudó sobre si debía acostarse o quedarse en pie. La decisión se quedó a medias. En ese momento se sentía desvelado, por lo que se cambió de ropa por la de estar en casa y se tumbó a leer en el sofá, a fin de cuentas, era domingo. A los quince minutos el sueño le dominó y se quedó dormido. A las ocho, los ruidos de Fidela, la asistenta, en la cocina, trasteando de aquí para alá en la preparación del desayuno, lo despertaron. Notó de inmediato un dolor en el cuello que le indicó, una vez más, que el brazo del sillón no era la almohada ideal. Se levantó con la tortícolis a cuestas y se dirigió a la cocina atraído por la mezcla de aromas de un café recién hecho y de unas tostadas al fuego. Fidela captó el aspecto somnoliento de Ariosto al instante. -¿Otra noche leyendo es

Capítulo 6

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MISTERIO EN LA LAGUNA. CAPITULO 6 Archivo Histórico Diocesano, La Laguna. Marta se había puesto en contacto a primera hora con sus colaboradores Enrique y Roberto, los mismos que la ayudaron recientemente en la cripta de San Agustín, para que se reuniesen con ella en el Archivo Histórico Diocesano. Los charcos de agua de las calles laguneras evidenciaban que la noche anterior había caído una buena. El olor a mojado lo impregnaba todo y a aquella hora temprana de la mañana se notaba ese aire fresco que tanto vigorizaba a los habitantes de la ciudad. La calle Anchieta, dado que era una de las pocas calles que cruzaban La Laguna de este a oeste, soportaba un tráfico intenso, por lo que sería imposible conseguir un aparcamiento. Marta lo había previsto y había venido caminando desde su casa, en el barrio de San Benito. Al llegar a la sede del Archivo se encontró con sus ayudantes, que la esperaban en la puerta. -Buenos días, compañeros –les saludó-. ¿Han traído el equipo?

Capítulo 5

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MISTERIO EN LA LAGUNA. CAPITULO 5 Opennau, Alemania. La periodista Sandra Clavijo, una joven de unos veintitantos años, morena, con el pelo a media melena, delgada y que gustaba vestir ropa deportiva, se encontraba en su último día de vacaciones. El viaje organizado por Suiza y la Selva Negra alemana toca aba su fin. Al día siguiente volverían a Munich y de allí a Tenerife. Aquella mañana la excursión, que exigía, como todos los días, levantarse muy temprano, les iba llevar por la zona de Oppenau, Offenburg con una visita relámpago a Estrasburgo, y terminaba en Freiburg. El autobús llegó a eso de las ocho de la mañana a los alrededores de Oppenau y se dirigió hacia las ruinas del Kloster Allerheiligen, el Monasterio de Todos los Santos, la primera visita del día. Una niebla matutina envolvía la carretera y ofrecía una visión limitada y fantasmal   al recorrido. El autobús se detuvo en parking y la guía indicó a los viajeros que bajaran del vehículo. Sandra se abrochó

Capítulo 4

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MISTERIO EN LA LAGUNA. CAPITULO 4 La lluvia no cesaba cuando Ariosto y Galán salieron a la calle. La insistencia del primero logró que ambos se subieran al Mercedes, donde Olegario les acercó hasta el Santuario del Cristo. Al menos hasta donde se podía llegar con automóvil e incluso más allá, ya que el chófer subió el coche a la acera y se detuvo delante de los tres arcos que daban acceso al antiguo monasterio de San Francisco, hoy Real Santuario del Santísimo Cristo de La laguna, o como se decía tradicionalmente, El Cristo. Localizado en una esquina de la enorme plaza de San Francisco –también denominada Del Cristo por cabezonería popular-, el Santuario era un templo de medianas dimensiones rodeado de edificaciones que tal vez alguna vez fueron religiosas, pero que actualmente eran civiles y militares. A la lluvia se unía un viento cortante proveniente del norte que acentuaba la sensación de frío. El rocío de la noche había dejado una fina película acuosa en el pavimento de la