MISTERIO EN LA LAGUNA. CAPÍTULO 8

  
El trabajo de Marta y de sus ayudantes consistió en extraer, documentándolo todo fotográficamente, cada uno de los huesos existentes en el hueco de la pared y en hacer un inventario con ellos relacionando su descripción, medidas y disposición en el suelo. Los huesos se fueron colocando en una lámina de plástico grande adyacente, en el orden corporal de todo esqueleto. Con esto se trataba de comprobar que no faltara ninguno.
Debajo de los huesos de la pierna, los que estaban en la base del montón, aparecieron restos de tejido y de otros materiales. Estos se sacaron con mayor cuidado todavía. Marta levantó a la luz un pedazo de madera con forma de tacón.
-Esto confirma que era una mujer –indicó a sus colegas-. Este tacón femenino es del siglo XVIII, o tal vez algo anterior, pero no mucho.
Sobre otra capa de plástico se colocaron restos de hebillas, de cuero carcomido y una pequeña pulsera con una medallita cuyo motivo no se veía claramente por la calcificación del metal.
-Debe de ser una advocación religiosa –dijo Marta examinándola de cerca-. Tal vez una virgen. Cuando le quitemos esta costra de cal es posible que podamos identificarla.
Acabaron con un cribado de la tierra sobre la que estuvieron depositados los huesos. La superficie era dura y no apareció ningún nuevo objeto en el hueco.
-Hemos terminado –dijo Roberto-. ¿Preparamos el traslado a la facultad?
-Esperad un momento –contestó la profesora, que salió del lugar de trabajo en busca del director. Tras atravesar la zona de estanterías donde se guardaban los documentos del archivo, lo localizó en el patio delantero.
-Adrián, me imagino que habrás comunicado este descubrimiento al juzgado.
El director se  volvió hacia la arqueóloga.
-En efecto, ayer mismo. Al ser de una antigüedad notoria, me dijeron que no era de su competencia, salvo que encontrásemos algo extraño y reciente, y que les enviásemos un informe en tal caso. Luego me puse en contacto con las autoridades de Patrimonio Histórico, que me remitieron a ti, por insistencia mía, dicho sea de paso. Todo el mundo te conoce.
-No sé si darte las gracias o abroncarte por hacernos madrugar un domingo –Marta sonrió, quitando hierro a sus palabras-. Para tu tranquilidad, el esqueleto tiene trescientos años por lo menos. No es asunto de la policía. Pero es evidente que la muerte de la propietaria de los huesos fue causada por un delito, un asesinato.
-Sí, es toda una tragedia.
-Lo malo es que tenemos muy pocas pistas de quién pudo ser. Tendré que examinar una cadenita en el laboratorio de la Facultad. Pero tendrá que ser mañana.
-Los huesos son todos tuyos. Si me necesitas para algo, me lo dices, por favor.
-Por supuesto, Adrián. Enviaré a uno de mis ayudantes a buscar el vehículo de traslado. De todos modos, que nadie toque nada de esa estancia. Tal vez tengamos que volver a comprobar algo.
-Descuida, así se hará. ¿Qué hago si me llama la prensa?
Marta no se pensó la respuesta demasiado.
-Les cuentas la verdad, pero sin adornarla, que te conozco. Si insisten,  que hagan una foto desde el umbral de la puerta, pero sin pisar  en la zona de alrededor del hueco de la pared.
Marta volvió al lugar donde sus compañeros embalaban los materiales recogidos en la oquedad existente entre los muros. Contempló con ojo profesional el cuadro que presentaba la estancia entera. Sentía que le faltaba algo por comprobar. Al lado de sus ayudantes, que se afanaban sobre las dos alfombras de plástico, se extendían, en orden, las piedras extraídas de la  pared. Estaban colocadas en la misma disposición en que se extrajeron y numeradas para mayor seguridad. Se acercó a ellas y las estudió. Todo el grupo, una veintena, lucía de la misma manera en que aparecía en el lado exterior del muro antes de que las piedras fueran quitadas.
La arqueóloga tuvo una corazonada, levantó una de ellas al azar y le dio la vuelta. Y entonces descubrió algo extraño. En la parte interna de la piedra, la que daba al interior del hueco, aparecía unas marcas de color teja desvaído que asemejaban letras. Una H y una I mayúsculas. Un escalofrío le recorrió la espalda.
-Enrique, Roberto: dejen eso y vamos a darle la vuelta a estas piedras –les pidió.
Sus ayudantes se acercaron y comenzaron a hacer lo que Marta les había solicitado.
-Vamos a colocarlas en el mismo orden en que están, pero con el reverso hacia arriba.
Los jóvenes arqueólogos siguieron al pie de la letra las instrucciones de la profesora. En unos minutos se confirmó la corazonada que le había surgido. Una serie de signos similares aparecían pintados en varias de las piedras. Algunas letras se habían cortado al sacar las piedras, pero conformaban un conjunto de palabras, un mensaje, que podía leerse.
-¡Parece una frase! –exclamó Enrique.
-Marta se acercó y fotografió las piedras que conservaban las marcas rojizas. Luego se detuvo a intentar darles un significado.
-Son siete palabras –dijo.
-Pero no entiendo lo que dicen –repuso Roberto.
-Están en latín –aclaró-. CALICEM ABSCONDE MEUS PROTECTOR OCCISUS EST MIHI.
-Pues me quedo igual –replicó Enrique.
Marta releyó la frase varias veces.
-Creo que la traducción viene a decir algo así como “por esconder el cáliz, mi protector me mató”.
Los dos ayudantes adoptaron una expresión de asombro.
-¿Quieres decir que la mujer emparedada señaló a su asesino antes de morir? –preguntó Roberto.
-Podría ser –respondió la profesora, pensativa-. Y creo que sé cómo escribió este mensaje en la pared interna de su encierro.
-¿Cómo lo hizo? –volvió a preguntar el ayudante.
-El examen del laboratorio lo confirmará, pero me arriesgo a adelantar que lo hizo con su propia sangre.





Si hay algún latinista entre los lectores que pueda corregir mejor la frase en latín, se lo agradeceré.








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