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Mostrando entradas de mayo, 2020
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MISTERIO EN LA LAGUNA. CAPÍTULO 56 Archivo Diocesano. La Laguna. Sandra saludó con dos besos a Jaime Barreto, el jefe de sala del Archivo Diocesano, la mano derecha del director atropellado, en cuanto salió de su despacho a recibirla. –Tengo entendido que don Adrián está fuera de peligro –le dijo al archivero a continuación. –Eso me han dicho –contestó con expresión de alivio–. No sabes lo preocupados que nos ha tenido a todos. Según los médicos, esta tarde podrá ir a visitarle la familia. Te agradezco mucho que me llamaras para avisarme de lo que había pasado. –No tiene importancia. Fue pura casualidad verlo ayer en el hospital –mintió Sandra–. Me comentó algún detalle del accidente. Un coche grande y oscuro le alcanzó por detrás y se dio a la fuga. –Hay que ver cómo todavía hay canallas por ahí fuera. Lo menos que se puede hacer es auxiliar a un accidentado. –Estoy de acuerdo. Sandra decidió no comentarle sus sospechas de que el atropello no había sido accidental
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 MISTERIO EN LA LAGUNA. CAPÍTULO  55.  Archivo Histórico Provincial. Guajara. La Laguna. La señora Duguesclin miró su reloj: las once de la mañana. A Pedro Hernández y a ella se les habían pasado dos horas volando revisando documentos antiguos. El archivero se encontraba en su salsa y se le notaba feliz yendo de aquí para allá trayendo y llevando legajos de papeles viejos, cosidos a tapas de cuero, resguardados por cajas modernas de cartón de Ph neutro. La francesa estaba asombrada de cómo aquel hombre conocía los papeles del archivo, al menos de esos años del siglo XVIII que tanto les interesaban. Pero aún le sorprendió más el enorme caudal de documentación que atesoraba el archivo. Para revisar un solo año de documentos notariales, fuese cual fuese, había que consultar al menos cuarenta o cincuenta tomazos llenos de todo tipo de contratos, dotes, donaciones, testamentos, poderes, y cualquier otro tipo de relación jurídica que fuera necesario registrar en una escritura. En ge
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MISTERIO EN LA LAGUNA. CAPÍTULO 54. La Laguna. El inspector Galán había dejado otros casos para meterse a fondo con las pistas de la desaparición de Adela. Todo apuntaba a que había una persona, tal vez de nacionalidad francesa, que andaba por ahí abriendo puertas con facilidad pasmosa, atropellando a religiosos, y haciendo desaparecer a señoras mayores. Revisó otra vez la declaración de la señora Duguesclin de la tarde anterior en la comisaría. Manifestaba, en pocas palabras, que se encontraba en la isla por negocios inmobiliarios –era miembro del consejo de administración de una empresa constructora- y que, de paso, investigaba el paradero de un objeto religioso de “cierto valor”. Esas fueron sus palabras. Ella pensaba que Ariosto podía ayudarla en la búsqueda y por eso había acudido a él. También manifestó que no sabía con exactitud quién podía estar detrás de los allanamientos, pero que recelaba de una secta fundamentalista cristiana sospechosa de haber cometido otros
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MISTERIO EN LA LAGUNA. CAPÍTULO 53 Campus de Guajara. Tras despedirse de Lugo, Marta bajó al primer piso del edificio departamental de Historia del Campus de Guajara. En vez se dirigirse al pasillo de los despachos, se metió en el de los laboratorios. Entró en el primero sin encontrar a nadie allí en aquel momento. Se acercó al armario de la pared del fondo y abrió una de las puertas. Allí se encontraban los restos rescatados del emparedamiento del museo Diocesano. Extrajo la bolsa que conservaba el cráneo de la mujer y la llevó a una de las mesas de trabajo. Buscó otra bolsa grande para meter el hueso, una de papel duro de un centro comercial le vino bien, y comprobó que podía llevarlo de una manera discreta. Siendo consciente de que se estaba saltando unas cuantas normas, salió del laboratorio y posteriormente del edificio en dirección a su automóvil. Aprovechó el breve paseo para llamar por teléfono a un amigo de un laboratorio científico muy avanzado localizado en el nu
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MISTERIO EN LA LAGUNA. CAPÍTULO 52 Santa Cruz de Tenerife.   Sandra aprovechó los cinco minutos libres que Emelina tenía entre clienta y clienta de peinado, las de tinte llevaban otro horario, para hacerla salir de la peluquería a fumarse un cigarrito, eufemismo que significaba descansar al aire libre, aunque fuera el de la calle, y salir del ambiente cerrado de la peluquería. La pareja de Olegario tenía la agenda de la mañana completa y, en el fondo, agradeció que la insistencia de Sandra en hablar con ella la obligara a que le diera el sol un momento. –Yo no puedo hacer lo que me pides, Sandra –le dijo a la periodista en cuanto le comentó lo que quería–. Lo que necesitas es una sensitiva, y yo no lo soy. Soy apenas una aprendiz de echadora de cartas. –Algo más eres –replicó la joven–. Lo sé de buena tinta. Tienes sensibilidad para este tipo de fenómenos. –Una cosa es tener sensibilidad, que tú también la tienes, no lo olvides, y otra ser capaz de hacer determinadas
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MISTERIO EN LA LAGUNA, CAPÍTULO 51. S anta Cruz de Tenerife.     Cuando Ariosto llegó a su casa, Olegario ya se encontraba en ella, tomando café con Fidela. En cuanto entró en la cocina, la mujer captó su estado de ánimo al instante. –¡Señorito! Está muy pálido. ¿Le ocurre algo? Ariosto se sentó junto al chófer y emitió un largo suspiro. –Fidela, ¿me haría el favor de hacerme una tila? –le pidió. Olegario miró con el ceño fruncido a su jefe. Algo le ocurría. Decidió esperar a que saliera de él lo que guardaba y le dio otro sorbo a su taza. –Ahora hablamos –le dijo Ariosto, finalmente. Estaba claro de Fidela no debía escuchar lo que tenía que decir. La asistenta le sirvió la tila, demasiado caliente, por lo que tuvo que esperar un rato antes de poder tomársela. –¿Quiere algo de comer? –preguntó la mujer, solícita. –No, gracias, Fidela. ¿Nos podría dejar solos un momento, por favor? La mujer conocía a Ariosto desde niño y no se tomó a mal la petición. Sabía qu