MISTERIO EN LA LAGUNA. CAPÍTULO 52

Santa Cruz de Tenerife.

 Sandra aprovechó los cinco minutos libres que Emelina tenía entre clienta y clienta de peinado, las de tinte llevaban otro horario, para hacerla salir de la peluquería a fumarse un cigarrito, eufemismo que significaba descansar al aire libre, aunque fuera el de la calle, y salir del ambiente cerrado de la peluquería.
La pareja de Olegario tenía la agenda de la mañana completa y, en el fondo, agradeció que la insistencia de Sandra en hablar con ella la obligara a que le diera el sol un momento.
–Yo no puedo hacer lo que me pides, Sandra –le dijo a la periodista en cuanto le comentó lo que quería–. Lo que necesitas es una sensitiva, y yo no lo soy. Soy apenas una aprendiz de echadora de cartas.
–Algo más eres –replicó la joven–. Lo sé de buena tinta. Tienes sensibilidad para este tipo de fenómenos.
–Una cosa es tener sensibilidad, que tú también la tienes, no lo olvides, y otra ser capaz de hacer determinadas cosas. Lo que tú quieres es alguien que, al entrar en un lugar, sienta revivir lo que ocurrió allí en el pasado. Es un don que pocos tienen.
Sandra hizo un mohín de desánimo.
–¿Y a quién puedo acudir?
Emelina meditó unos segundos.
–Tengo una amiga, Conchín, que tiene esas facultades.
–¿Y podría hablar con ella?
–Es mejor que lo haga yo. Es algo susceptible a los desconocidos.
Emelina sacó el móvil de su delantal de trabajo y buscó el número de su conocida. Lo pulsó y estableció la comunicación telefónica.
–Buenos días, Conchín. ¿Cómo estás?
Sandra no pudo escuchar la respuesta, pero, por lo que se explayó en ella, era evidente que tenía muchas cosas que contar acerca de su estado. Cuando la perorata pareció disminuir de intensidad, Emelina pudo introducir una cuña.
–Tengo una buena amiga que necesita de tus dotes. Ya sabes, lo de sensitiva.
Sandra casi aguantó la respiración en espera de que la respuesta fuera favorable. La mujer que estaba al otro lado del teléfono volvió a soltar otra retahíla de palabras. Al fin calló. Emelina miró a Sandra.
–Dice que viene para aquí. Que la esperes.
Sandra abrió los ojos de sorpresa. No esperaba que fuera a responder tan pronto.
–Estupendo. La espero –acertó a decir.
Emelina se despidió de la amiga, cortó la comunicación y sonrió a la periodista.
–Tienes suerte, hoy la has pillado de muy buen humor. Conchín es un personaje algo peculiar. Si le entras bien, no tendrás ningún problema.
–Muchas gracias, Emelina. Lamento causar molestias. ¿Tendré que pagarle algo a esa señora por sus servicios?
–Ni se te ocurra. Lo hace por puro altruismo, siempre que sea para bien. Pero puedes invitarla a chocolate con churros, y quedarás estupendamente.
–De acuerdo. Así lo haré.
Emelina se despidió y volvió al trabajo. Sandra no tuvo que esperar ni dos minutos. Una mujer de unos cincuenta años, vestida con excesiva elegancia para aquella hora del día –traje de chaqueta y falda azules con bolso a juego–, se dirigió hacia ella a paso rápido. Rubia de bote, lucía un carmín rojo pasión en los labios, y parecía muy segura de sí misma.
–¿Tú eres la amiga de Emelina? –le preguntó sin preámbulos.
–Sí, Sandra Clavijo –y le ofreció la mano.
La mujer se la tomó al instante y la mantuvo unos segundos. Muchos más de lo usual, mirándola a los ojos.
–Tienes buen corazón –concluyó, y se la soltó–. Podemos hablar. ¿Qué necesitas?
Sandra se sintió algo apabullada por la actitud tan directa de la mujer, pero se sobrepuso al instante. Decidió no andarse tampoco con rodeos.
–Me gustaría visitar contigo el lugar donde murió una mujer hace años.
–¿Familia tuya? Te prevengo que, a veces, los familiares sueltan cosas que a los descendientes no les gusta oír.
–Que yo sepa, no es familiar mío. Se trata de investigar un crimen. La mujer fue asesinada allí.
Conchín examinó el rostro de Sandra, como comprobando si lo que decía era cierto. La periodista volvió a sentirse intimidada.
–No eres policía, pero actúas como si lo fueras. No me gusta la policía.
Sandra sonrió.
–Soy periodista. Pero no se preocupe, se trata de un crimen de hace trescientos años. La policía no tiene nada que ver.
La mujer asintió, y se le notó algo aliviada.
–¿Trescientos años? Se puede hacer. ¿Se puede ir ahora mismo? Es que luego tengo clase de Patchwork. Pero, te advierto de una cosa: dado el tiempo transcurrido, es posible que se superpongan muchas imágenes de las diferentes personas que pasaron por el lugar en que murió.
–Pierda cuidado con eso –respondió Sandra–. Del lugar de que hablo, un sitio bastante estrecho, estoy convencida de que tuvo una sola ocupante hasta el día de hoy. Se lo puedo asegurar.


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Estos capítulos corresponden a una iniciativa de Mariano Gambín, en colaboración con sus amigos de Facebook, para aportar un rato de entretenimiento en estos días de reclusión forzosa.
Si has llegado tarde al inicio, puedes leer los demás capítulos en misterioenlalaguna.blogspot.com, y ofrecer ideas para su continuación.















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