MISTERIO EN LA LAGUNA. CAPÍTULO 52
Santa Cruz de Tenerife.
La pareja de Olegario tenía la agenda de
la mañana completa y, en el fondo, agradeció que la insistencia de Sandra en
hablar con ella la obligara a que le diera el sol un momento.
–Yo no puedo hacer lo que me pides, Sandra
–le dijo a la periodista en cuanto le comentó lo que quería–. Lo que necesitas
es una sensitiva, y yo no lo soy. Soy apenas una aprendiz de echadora de
cartas.
–Algo más eres –replicó la joven–. Lo sé
de buena tinta. Tienes sensibilidad para este tipo de fenómenos.
–Una cosa es tener sensibilidad, que tú
también la tienes, no lo olvides, y otra ser capaz de hacer determinadas cosas.
Lo que tú quieres es alguien que, al entrar en un lugar, sienta revivir lo que
ocurrió allí en el pasado. Es un don que pocos tienen.
Sandra hizo un mohín de desánimo.
–¿Y a quién puedo acudir?
Emelina meditó unos segundos.
–Tengo una amiga, Conchín, que tiene esas
facultades.
–¿Y podría hablar con ella?
–Es mejor que lo haga yo. Es algo
susceptible a los desconocidos.
Emelina sacó el móvil de su delantal de
trabajo y buscó el número de su conocida. Lo pulsó y estableció la comunicación
telefónica.
–Buenos días, Conchín. ¿Cómo estás?
Sandra no pudo escuchar la respuesta,
pero, por lo que se explayó en ella, era evidente que tenía muchas cosas que
contar acerca de su estado. Cuando la perorata pareció disminuir de intensidad,
Emelina pudo introducir una cuña.
–Tengo una buena amiga que necesita de tus
dotes. Ya sabes, lo de sensitiva.
Sandra casi aguantó la respiración en
espera de que la respuesta fuera favorable. La mujer que estaba al otro lado
del teléfono volvió a soltar otra retahíla de palabras. Al fin calló. Emelina
miró a Sandra.
–Dice que viene para aquí. Que la esperes.
Sandra abrió los ojos de sorpresa. No
esperaba que fuera a responder tan pronto.
–Estupendo. La espero –acertó a decir.
Emelina se despidió de la amiga, cortó la
comunicación y sonrió a la periodista.
–Tienes suerte, hoy la has pillado de muy
buen humor. Conchín es un personaje algo peculiar. Si le entras bien, no
tendrás ningún problema.
–Muchas gracias, Emelina. Lamento causar
molestias. ¿Tendré que pagarle algo a esa señora por sus servicios?
–Ni se te ocurra. Lo hace por puro
altruismo, siempre que sea para bien. Pero puedes invitarla a chocolate con
churros, y quedarás estupendamente.
–De acuerdo. Así lo haré.
Emelina se despidió y volvió al trabajo.
Sandra no tuvo que esperar ni dos minutos. Una mujer de unos cincuenta años,
vestida con excesiva elegancia para aquella hora del día –traje de chaqueta y
falda azules con bolso a juego–, se dirigió hacia ella a paso rápido. Rubia de
bote, lucía un carmín rojo pasión en los labios, y parecía muy segura de sí
misma.
–¿Tú eres la amiga de Emelina? –le
preguntó sin preámbulos.
–Sí, Sandra Clavijo –y le ofreció la mano.
La mujer se la tomó al instante y la
mantuvo unos segundos. Muchos más de lo usual, mirándola a los ojos.
–Tienes buen corazón –concluyó, y se la
soltó–. Podemos hablar. ¿Qué necesitas?
Sandra se sintió algo apabullada por la
actitud tan directa de la mujer, pero se sobrepuso al instante. Decidió no
andarse tampoco con rodeos.
–Me gustaría visitar contigo el lugar
donde murió una mujer hace años.
–¿Familia tuya? Te prevengo que, a veces,
los familiares sueltan cosas que a los descendientes no les gusta oír.
–Que yo sepa, no es familiar mío. Se trata
de investigar un crimen. La mujer fue asesinada allí.
Conchín examinó el rostro de Sandra, como
comprobando si lo que decía era cierto. La periodista volvió a sentirse
intimidada.
–No eres policía, pero actúas como si lo
fueras. No me gusta la policía.
Sandra sonrió.
–Soy periodista. Pero no se preocupe, se
trata de un crimen de hace trescientos años. La policía no tiene nada que ver.
La mujer asintió, y se le notó algo
aliviada.
–¿Trescientos años? Se puede hacer. ¿Se
puede ir ahora mismo? Es que luego tengo clase de Patchwork. Pero, te advierto
de una cosa: dado el tiempo transcurrido, es posible que se superpongan muchas
imágenes de las diferentes personas que pasaron por el lugar en que murió.
–Pierda cuidado con eso –respondió Sandra–.
Del lugar de que hablo, un sitio bastante estrecho, estoy convencida de que
tuvo una sola ocupante hasta el día de hoy. Se lo puedo asegurar.
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Estos capítulos corresponden a una
iniciativa de Mariano Gambín, en colaboración con sus amigos de Facebook, para
aportar un rato de entretenimiento en estos días de reclusión forzosa.
Si has llegado tarde al inicio, puedes leer
los demás capítulos en misterioenlalaguna.blogspot.com, y ofrecer ideas para su
continuación.
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