MISTERIO EN LA LAGUNA. CAPÍTULO 53


Campus de Guajara.


Tras despedirse de Lugo, Marta bajó al primer piso del edificio departamental de Historia del Campus de Guajara. En vez se dirigirse al pasillo de los despachos, se metió en el de los laboratorios. Entró en el primero sin encontrar a nadie allí en aquel momento. Se acercó al armario de la pared del fondo y abrió una de las puertas. Allí se encontraban los restos rescatados del emparedamiento del museo Diocesano. Extrajo la bolsa que conservaba el cráneo de la mujer y la llevó a una de las mesas de trabajo. Buscó otra bolsa grande para meter el hueso, una de papel duro de un centro comercial le vino bien, y comprobó que podía llevarlo de una manera discreta.
Siendo consciente de que se estaba saltando unas cuantas normas, salió del laboratorio y posteriormente del edificio en dirección a su automóvil. Aprovechó el breve paseo para llamar por teléfono a un amigo de un laboratorio científico muy avanzado localizado en el nuevo parque tecnológico de La Cuesta. Iba a pedirle un favor. El centro había adquirido recientemente un aparato que era una maravilla: un espectrómetro de masas con acelerador (AMS), y ella necesitaba usarlo.
El trayecto hasta el laboratorio no le llevó más de diez minutos, a pesar del perenne atasco en la conexión entre Finca España y la autovía. Encontró un hueco en el aparcamiento interior del edificio, bajó del coche y, tras identificarse en la entrada, subió al primer piso donde, Marcos, su amigo, la estaba aguardando.
–¿Qué es eso que te traes entre manos que no tiene espera? –le preguntó tras saludarla.
–Necesito una segunda opinión –respondió la arqueóloga, y levantó la bolsa que portaba en la mano–. Traigo una muestra.
Marta entró en la sala de trabajo y depositó la bolsa grande sobre una mesa y sacó la de plástico. Macos dio un respingo al ver el cráneo.
–Casi no me acordaba que trabajas con guanches.
Marta no quiso sacarlo de su error.
–A ver si me puedes ofrecer una datación. No te digo nada de la que hemos obtenido en la facultad.
El hombre recogió la bolsa con respeto y se la llevó a otra sala contigua, donde varias máquinas de distintas tonalidades de acero emitían un zumbido inquietante.
–¿Todavía usan en la universidad el viejo sistema radiométrico para calcular dataciones por carbono 14? –preguntó Marcos– ¿Esa técnica tan altamente destructiva de las muestras?
–No hay presupuesto para nuevos aparatos, Marcos. Ya lo sabes.
–Con nuestra nueva maquinita, el espectómetro AMS, ya no se necesitan muestras grandes ni tardamos varias horas por cada una de ellas. Con unos pocos miligramos basta. Como me has traído un hueso grande, extraeremos tres pedacitos minúsculos de su interior, donde no se haya contaminado por el medio circundante, y los dataremos con la máquina. Así estaremos más seguros.
–Me parece una idea excelente –aprobó Marta.
–Ya sabes cómo funciona, así que te ahorraré los detalles técnicos. Ahora, en vez de medir la radiación emitida por el carbono 14, podemos contabilizar el número de átomos presente en la muestra. Es mucho más rápido.
Marta había asistido a un seminario para especialistas sobre las bondades del nuevo espectómetro. Por ello estaba al tanto de que la máquina poseía un sistema de preparación automática de los fragmentos de carbonato para lograr reducir el carbono a grafito. Luego se acondicionaba el catalizador, se producía la combustión de la muestra, el atrapamiento del CO2 y su posterior liberación de la trampa para, finalmente, terminar con el proceso de grafitización en sí mismo. Todo ello de manera automática, dirigida por un ordenador incorporado a la máquina. El analizador del resultado ofrecía las fechas de datación.
La extracción de muestras le llevó a Marcos, ya equipado con bata, guantes y mascarilla, apenas tres minutos. Depositó la primera muestra en el aparato y tecleó diversas órdenes. El AMS cobró vida y se puso a funcionar.
Marta mató el tiempo preguntándole a Marcos cómo le iban las cosas y contándole chismes de la universidad. Ambos tenían la misma edad, unos treinta y tantos, y habían compartido clases y profesores de la facultad de Historia.
El primer resultado no se hizo esperar. El técnico del laboratorio se acercó a la pantalla y se fijó en los datos que acababan de aparecer.
–Me estás dando gato por liebre –comentó de broma–. Estos no son huesos de guanches.
Marta sonrió a su espalda.
–¿Qué datación da la máquina?
–Entre doscientos noventa y trescientos años de antigüedad. Más o menos, de 1720 a 1730 de nuestra era.
–Ese no era el dato que yo disponía –repuso Marta.
–El método antiguo falla mucho en las fechas recientes, y tres siglos es súper reciente. Esperemos al segundo resultado.
La espera se hizo larga esta vez y, al final, el aparato emitió su sonido característico indicador de que había terminado el trabajo. Marcos miró la pantalla.
–Lo mismo, primer tercio del siglo XVIII. 1725, especifica. ¿Quieres comprobar el resultado de la tercera muestra?
–Ya que estamos, pues sí.
Marcos manipuló de nuevo la máquina con el fragmento de hueso restante.
–¿De dónde has sacado este cráneo?  ¿Y por qué te importa tanto como para venir personalmente a datarlo?
Marta entendió que le debía una explicación a su amigo.
–Necesito saber la fecha de la muerte para averiguar la identidad de esta mujer. Murió en extrañas circunstancias y lo llevo como un desafío personal.
Marcos sonrió. Aquello de desafíos personales lo explicaba todo. Él también se los planteaba de vez en cuando. Tenía eso en común con su antigua compañera de estudios. La máquina terminó su labor al cabo de los minutos reglamentarios. Marcos miró de nuevo el resultado.
–¿Es necesario que te lo diga? –preguntó a la arqueóloga.
–¿1725 de nuevo?
El hombre se volvió y asintió.
–Más claro, agua. ¿Te sirve de algo?
Marta le devolvió la sonrisa.
–Me sirve para hacerle una serie de preguntas a ciertos personajes.
–¿A quiénes?
–A un tal Manuel Solórzano y Quesada y a sus dos hermanos.
–No los conozco. ¿Viven aquí, en Tenerife?
–Desde hace mucho tiempo.
–¿Y te será fácil dar con ellos?
–Estoy segura de que se van a quedar quietos donde están: metidos en varios legajos del Archivo Histórico Provincial. Es la hora de las respuestas, Marcos.










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Estos capítulos corresponden a una iniciativa de Mariano Gambín, en colaboración con sus amigos de Facebook, para aportar un rato de entretenimiento en estos días de reclusión forzosa.
Si has llegado tarde al inicio, puedes leer los demás capítulos en misterioenlalaguna.blogspot.com, y ofrecer ideas para su continuación.







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