MISTERIO EN LA LAGUNA, CAPÍTULO 51.
Santa Cruz de Tenerife.
Cuando Ariosto llegó a su casa, Olegario
ya se encontraba en ella, tomando café con Fidela. En cuanto entró en la
cocina, la mujer captó su estado de ánimo al instante.
–¡Señorito! Está muy pálido. ¿Le ocurre
algo?
Ariosto se sentó junto al chófer y emitió
un largo suspiro.
–Fidela, ¿me haría el favor de hacerme una
tila? –le pidió.
Olegario miró con el ceño fruncido a su
jefe. Algo le ocurría. Decidió esperar a que saliera de él lo que guardaba y le
dio otro sorbo a su taza.
–Ahora hablamos –le dijo Ariosto,
finalmente. Estaba claro de Fidela no debía escuchar lo que tenía que decir.
La asistenta le sirvió la tila, demasiado
caliente, por lo que tuvo que esperar un rato antes de poder tomársela.
–¿Quiere algo de comer? –preguntó la mujer,
solícita.
–No, gracias, Fidela. ¿Nos podría dejar
solos un momento, por favor?
La mujer conocía a Ariosto desde niño y no
se tomó a mal la petición. Sabía que a veces se metía en asuntos extraños y
complicados. Y lo que había ocurrido el día anterior entraba en esa categoría. Fidela
recogió lo que estaba por medio, colocó bien los paños de la cocina y salió de
ella, teniendo la delicadeza de cerrar la puerta con suavidad.
Olegario terminó su café y se dispuso a
que Ariosto desembuchara.
–Tengo una sospecha terrible –dijo su jefe–.
Creo que han secuestrado a Adela.
Olegario, siempre impertérrito, no pudo evitar
en esa ocasión moverse incómodo en la silla.
–Deme más detalles, por favor.
Ariosto le relató la visita al piso de Adela,
su extraña desaparición y la llamada telefónica que recibió en la calle.
–Me temo que tendrá que estar en la catedral
a las doce –apostilló el chófer cuando terminó su jefe.
–Por supuesto, iré. Pero estoy muy
preocupado. Usted es hombre de mundo, ¿cree que debemos alertar a la policía?
Olegario sabía que con lo de “hombre de
mundo”, Ariosto se refería a “conocedor de los bajos fondos”, pero no se lo
tuvo en cuenta. Entre otras cosas, porque tenía razón.
–Me da la sensación que nos volvemos a
topar con la misma persona que entró en esta casa ayer, sin contar con el
convento de las Claras y el taller del obispado.
–Y tal vez el santuario del Cristo hace
dos noches.
–Cierto. Posiblemente, el allanamiento del
Cristo también se pueda contar entre sus hazañas. Yo esperaría a estar seguro
antes de llamar a la policía.
Ariosto sopesó la respuesta dando otro
sorbo a la tila.
–¿Por qué habrá secuestrado a Adela? Es una
mujer completamente inofensiva.
–En primer lugar, no tenemos la certeza de
que se trate de un secuestro, señor. Habrá que esperar acontecimientos. Y, de
cualquier manera, y en caso de que así sea, el hecho de que le haya llamado a
usted indica que la usa como moneda de cambio. Para presionarle.
–¿Presionarme? ¿A qué? ¿Qué puedo ofrecer
yo?
–Usted está metido en el embrollo del Grial
desde el momento en que saltó la historia de su crucifijo familiar. Tal vez el
secuestrador crea que sabe más de lo que aparenta.
–¿Yo? Si no sé nada.
–Sí, pero lo sabemos nosotros dos, y no él.
Me temo que habrá que esperar a ver qué quiere en concreto.
–Esto es completamente desasosegante.
Olegario asintió, comprendiendo perfectamente
a su jefe. Él también comenzaba a sentirse inquieto. La señora Adela era parte
de la familia.
–Quería comentarle una cosa –dijo el chófer–.
Anoche seguí a la señora Duguesclin a su alojamiento. Se está quedando en el
hotel Taoro. Todavía hay habitaciones en uso.
–¿No se colaría en el hotel? –la pregunta
de Ariosto era retórica. Sabía perfectamente que podría haberlo hecho.
–Se puede decir que me invitaron a entrar –respondíó,
en tono neutro–. El hecho es que pude escuchar una conversación de la señora
con una persona desconocida. Dijo que hoy iba a ser un día decisivo. Y, que si
no encontraban nada en el archivo, pasarían a la siguiente fase. Que no les
temblaría el pulso para hacer lo que tenían que hacer.
–Eso suena algo amenazante. ¿Qué es la
siguiente fase? ¿Secuestrar a Adela?
–Solo le digo lo que sé. Es posible que la
señora Duguesclin tenga algo que ver con una empresa francesa denominada Graal Batiments, que es la nueva
concesionaria de la obra de rehabilitación del hotel Taoro.
–Peor ella habló dela peligrosidad de los
de la orden secreta, como si ella no tuviera nada que ver con ese grupo. Este
asunto comienza a complicarse, Sebastián. Es el momento de llamar a Galán.
–Espere un poco, señor. A veces, la
intervención de la policía complica las cosas en vez de resolverlas. Averigüemos
primero qué quieren, y luego decidimos.
–¿Decidimos? Sebastián, creo que usted
debería mantenerse al margen. Puede ser peligroso.
–Señor, a estas alturas no me venga con
esa historia, dicho con todo respecto. La señora Adela es amiga mía y los dos
estamos juntos en esto. Además, si todo va como tiene que ir, se resolverá
durante el día de hoy.
–¿Hoy? ¿Cómo está tan seguro?
–Porque hoy es el tercer día. ¿No se
acuerda de lo que estaba escrito en el santuario del Cristo? Le toca resucitar
de entre los vivos. Ahora sí que ha llegado el momento de preocuparse.
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Estos capítulos corresponden a una
iniciativa de Mariano Gambín, en colaboración con sus amigos de Facebook, para
aportar un rato de entretenimiento en estos días de reclusión forzosa.
Si has llegado tarde al inicio, puedes
leer los demás capítulos en misterioenlalaguna.blogspot.com, y ofrecer ideas
para su continuación.
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