MISTERIO EN LA LAGUNA. CAPÍTULO 54.

La Laguna.

El inspector Galán había dejado otros casos para meterse a fondo con las pistas de la desaparición de Adela. Todo apuntaba a que había una persona, tal vez de nacionalidad francesa, que andaba por ahí abriendo puertas con facilidad pasmosa, atropellando a religiosos, y haciendo desaparecer a señoras mayores.
Revisó otra vez la declaración de la señora Duguesclin de la tarde anterior en la comisaría. Manifestaba, en pocas palabras, que se encontraba en la isla por negocios inmobiliarios –era miembro del consejo de administración de una empresa constructora- y que, de paso, investigaba el paradero de un objeto religioso de “cierto valor”. Esas fueron sus palabras. Ella pensaba que Ariosto podía ayudarla en la búsqueda y por eso había acudido a él.
También manifestó que no sabía con exactitud quién podía estar detrás de los allanamientos, pero que recelaba de una secta fundamentalista cristiana sospechosa de haber cometido otros delitos en Francia. Repreguntada de qué otros delitos se trataba, dijo que no lo sabía con certeza, pero que podían hallarse ejemplos en la prensa francesa de los últimos años.
La mujer no soltó más prenda. Las últimas preguntas fueron respondidas con un “no lo sé”, y acabó todo.
Galán no terminaba de tragarse la historia de la señora francesa. Había puesto a trabajar a sus hombres en la búsqueda de cualquier hecho anormal que tuviera relación con personas de esa nacionalidad. Era como dar palos de ciego, pero a veces el ciego, en su imprevisibilidad, podía dar un buen golpe.
Indagó en el pasado de la señora Duguesclin a través de la colaboración policial de la Interpol. No tardó en aparecer la primera sorpresa. La señora Duguesclin, de soltera Jacqueline Huguet, había sido investigada por la policía gala en relación con la muerte supuestamente accidental de marido, Jean Louis Duguesclin. El señor Duguesclin apareció una mañana fría de febrero estrellado contra el pavimento tras haber caído de un quinto piso en la rue de La Huchette de París. Al parecer, se trató de un suicidio o de un accidente. La policía francesa no logró determinar con total certidumbre la intervención de la esposa en el suceso, por lo que el caso se archivó por falta de pruebas. Otra cosa fueron los rumores parisinos, siempre tan malintencionados, de que la señora Duguesclin ambicionaba quedarse con la estimable fortuna empresarial de su esposo. Y así fue. La desconsolada viuda ascendió a presidenta del consejo de administración de varias empresas y, desde entonces, las había dirigido con mano férrea obteniendo buenos resultados. Una de ellas, Graal Batiments, era lo suficientemente fuerte y solvente, a ojos de la administración canaria, como para hacerse recientemente con la obra de rehabilitación del hotel Taoro de Puerto de la Cruz. Hasta ahí todo normal. No había nada más en su expediente policial.
Miró los resultados del chófer, Ambroise Vidal, algo más extensos. Más que chófer, se había dedicado a trabajar en empresas de seguridad desde muy joven. Fue despedido de varias de ellas por emplearse con brutalidad excesiva con los clientes. Llevaba sobre sus espaldas varias condenas leves por lesiones a terceros, provocadas en riñas y peleas. Era un tipo con poca paciencia y de puño fácil. Pero nada de delitos mayores. Llevaba trabajado para las empresas de la señora Duguesclin desde hacía diez años sin problemas con la justicia y parecía haberse reformado totalmente.
En la declaración del día anterior, salvo sus datos personales, Ambroise manifestó que no sabía nada de nada. Estaba claro que se defendía bien delante de la policía.
Aquella vía de investigación no estaba dando para mucho.
El subinspector Ramos apareció por la puerta del despacho, tocó con los nudillos en el marco y entró sin más preámbulos. Exhibía varios folios en su mano derecha.
-Ya tenemos los informes de las casas de alquiler de coches –anunció.
Galán levantó la vista hacia su subordinado, expectante. Siempre le gustaba hacer aquellas entradas teatrales.
-¿Hay algo nuevo?
-Un detalle interesante –respondió Ramos.
Gálán le hizo un gesto al subinspector para que se sentara. Este lo hizo y comenzó su informe.
-El coche que conduce el tal Ambrosio fue alquilado por un francés, Marcel Duguesclin, en el aeropuerto Tenerife Sur, hace tres días. En el contrato se manifiesta que el conductor será el mencionado Ambrosio.
-¿Marcel Duguesclin?  -Galán dejó la pregunta en el aire. Revisó los informes europeos y llegó a la línea en que se encontraba el nombre del empresario fallecido: Jean Louis Duguesclin-. Ramos, ¿podría ser un hijo, un hermano del finado señor Duguesclin?
-Lo investigaré, jefe. Pero hay otra cosa.
Galán volvió a centrar su atención en su compañero, esperando a que siguiera.
-Ha aparecido otro contrato firmado ese mismo día, en otra agencia de rentacar, a nombre de ese tipo, el Marcel. Al igual que el otro coche, el Audi, esta vez también se trató de uno de gama alta, un BMW, oscuro, grande y silencioso.
-La descripción que hizo don Adrián del coche que le atropelló, según me dijo Marta, fue de un automóvil de esas características. Habrá que tomarle declaración al director del archivo, aunque sea en el hospital. Me imagino que ya habrá despertado de la anestesia. Mandaré a Morales. Bueno, Ramos, sabes lo que hay que hacer ahora, ¿no?
El subinspector asintió, esbozando una leve sonrisa.
-Toca ir de caza, jefe. Hay que encontrar al tal Marcel y a su coche.
-Conviene saber dónde se aloja y comprobar si hay restos del atropello en el chasis del vehículo. Y vigilemos también a la señora Duguesclin. Si todos estos franceses llegaron juntos, tarde o temprano volverán a reunirse. Y nosotros debemos estar ahí en ese momento. Tengo ganas de hacerles unas cuantas preguntas más.



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Estos capítulos corresponden a una iniciativa de Mariano Gambín, en colaboración con sus amigos de Facebook, para aportar un rato de entretenimiento en estos días de reclusión forzosa.
Si has llegado tarde al inicio, puedes leer los demás capítulos en misterioenlalaguna.blogspot.com, y ofrecer ideas para su continuación.




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