MISTERIO EN LA LAGUNA. CAPÍTULO 15
Marta y Galán se habían dado una vuelta
por la plaza del Cristo para ver el ambiente. Esta primera noche de las fiestas
ofrecían un concierto de música canaria moderna en un gran escenario allí
instalado para la ocasión, con timple eléctrico y otras innovaciones técnicas.
Los artistas encandilaron al público allí congregado a pesar del fresco, mucha
gente joven, y recibieron un cálido aplauso que compensó la baja temperatura.
La pareja fue de los pocos asistentes
que decidieron marcharse después de la actuación. Habían venido caminando y
volvían del mismo modo. Aquellos días era imposible moverse en coche por La
Laguna.
-¿Qué te parece si tomamos algo de
camino? –preguntó Galán.
-Estupendo –Marta miró la hora en su
reloj-. Es tarde, vamos a ver qué está abierto. Son casi las doce de un
domingo.
Llegaron a la calle de San Agustín y
caminaron por la vía peatonal sembrada de edificios antiguos impresionantes,
cargados de Historia. Dejaron a su derecha la iglesia de San Agustín, que
todavía seguía sin techo, y llegaron a la plaza de la Junta Suprema, donde
giraron por el callejón Belén hacia la Concepción. Marta no pudo evitar echar
un vistazo a la mansión de los Fitz-Stuart, despojada para ella ya de tanto
misterio como tuvo. En la plaza de la iglesia de la torre más alta de la
ciudad, se encontraron con que el Benidorm no había cerrado todavía, aunque los
camareros comenzaban a recoger las mesas de la terraza. Preguntaron en la barra
y el solícito camarero se avino a prepararles unos pepitos de lomo, a la
antigua usanza, con dos cañas. Al segundo mordisco, Marta recordó que tenía una
pregunta que hacerle a su pareja.
-Antonio, ¿se sabe algo del responsable
del allanamiento de la iglesia del Cristo?
Galán estaba en un tercer ataque al
bocadillo y tuvo que terminar de masticar antes de contestar.
-La verdad es que no. Hemos tenido que
hacer una investigación muy rápida, dado que hoy comenzaban las fiestas, y no
te voy a decir que no hayamos encontrado huellas. Hemos encontrado miles de
ellas sobre la estatua y demás mobiliario. A fin de cuentas es una iglesia muy
transitada. Pero procesarlas va a llevar un tiempo, y dudo que consigamos algo.
En la cerradura, curiosamente, no había ninguna, por lo que deduzco que la
forzaron cuidando de no dejarlas.
-No se llevaron nada y se limitaron a
descolgar la estatua del Cristo. No tiene lógica. Mucho trabajo para tan poco
resultado.
-Estoy de acuerdo. Tal vez buscaran algo
que no encontraron. No lo sé.
-¿Y Ariosto? ¿Cómo reaccionó al ver su
nombre escrito en la pared?
-Te puedo asegurar que no le gustó nada.
No estoy seguro si el motivo de su
disgusto fue el aparecer en el mensaje o que hubieran estropeado la pared del
templo.
Marta sonrió.
-Tal vez más lo segundo. Me intriga esa
referencia al Grial. El Grial no existe, es una leyenda muy antigua, de la Edad
Media. Me asombra que haya alguien que siga con esas historias hoy día.
-Yo veo todos los días por la comisaría
gente contando todo tipo de historias y ya nada me sorprende. Conociendo a
Ariosto, estoy seguro de que debe de estar dándole vueltas al asunto. Por
nuestra parte, seguiremos con la investigación tradicional. Mañana enviaré a
mis hombres a dar una batida por el vecindario. Hoy, con el follón de la
procesión y del concierto, ha sido imposible.
Pagaron y salieron cuando cerraban la
puerta del establecimiento y volvieron cogidos del brazo por la calle Marqués
de Celada, que a veces parecía interminable. Llegaron al piso que compartían en
las inmediaciones de la ermita de San Benito y se dispusieron a descansar.
Marta quiso echarle un último vistazo a
los correos en el ordenador y vio que
tenía solo uno. Era de Sandra. ¿No estaba de viaje? Recordó que debía de
haber vuelto hoy mismo. Como era domingo, seguro que no quiso molestar
llamándola.
Se sentó en la silla de trabajo y abrió
el correo. El mensaje era escueto:
“Te
envío unas inscripciones raras que he visto en una iglesia de Alemania, ¿Crees
que pueden tener interés?”
Marta descargó las cinco imágenes
adjuntas en la memoria de su ordenador y luego se dispuso a examinarlas. Vio
una pared antigua, en una iglesia sin techo, en la que aparecían una serie de
frases en alemán antiguo. Su conocimiento del idioma no le permitió hacer una
traducción inmediata, pero hubo algo que le llamó de inmediato la atención.
La caligrafía.
Las eses, las aes y las tés le
recordaban de una manera inquietante a otro tipo de letra que había visto hacía
muy poco. Concretamente aquella misma mañana. Parecía como si las palabras alemanas
hubieran sido escritas por la misma persona que murió entre las paredes del
archivo. Miró y remiró de nuevo varias veces las imágenes y las comparó con las
que tenía en su móvil del trabajo matutino en el Archivo Diocesano.
La similitud era sorprendente.
Pero, por mucho parecido que tuvieran ambas
escrituras, solo pudo llegar a una conclusión: era imposible.
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Estos capítulos corresponden a una
iniciativa de Mariano Gambín, en colaboración con sus amigos de Facebook, para
aportar un rato de entretenimiento en estos días de reclusión forzosa.
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