MISTERIO EN LA LAGUNA. CAPÍTULO 30

La señora Duguesclin señaló la base del crucifijo que tenía en su mano.
–¿Ven este cajetín que sobresale de la madera?
Ariosto y Adela asintieron.
–Pues solo puede significar una cosa –prosiguió la francesa.
–¿El qué? –preguntó Adela.
–Es el lugar donde, en el crucifijo auténtico, el del Cristo de La Laguna, se encuentra escondido el Grial.
Los tres dirigieron su mirada hacia el cuadrado de madera que se había abierto en la cruz.
–¿Me está diciendo que el Grial está metido dentro de un agujero en la cruz del Cristo? –repreguntó Adela.
–Pensé que hablábamos de la estatua, no de la cruz –dijo Ariosto, a su vez.
–El crucifijo lo forman la estatua y la cruz –aclaró Duguesclin–. Ambos forman un conjunto. No obstante, era imposible que se hubiera ocultado algo en la talla.
Ariosto la miró extrañado.
–¿Por qué?
–Por la sencilla razón de que lo sabríamos –la francesa dejó pasar un segundo antes de seguir explicándose–. Hace pocos años se acometió la restauración de la estatua. Varios especialistas se dedicaron a ello durante meses. Una de las actuaciones que realizaron sobre la talla fue someterla a rayos X. Si hubiera habido un hueco en la estatua, habría aparecido en ese momento. Y no, no había ninguno.
–Entonces debemos dirigirnos a la cruz –concluyó Ariosto.
–Así es –confirmó la señora francesa–. Y ahora sabemos dónde buscar.
–Entonces es fácil –dijo Adela.
–No tanto –respondió Ariosto.
Adela miró con curiosidad a su sobrino.
–¿Por qué no tanto?
–Porque la cruz original del Cristo de La Laguna no es la que está en su santuario.
–Por eso necesito de nuevo su ayuda –intervino la señora Duguesclin.
–¿Qué no está en su iglesia? –volvió a inquirir Adela–. ¿Y dónde está?
–Está en el convento de San Juan –contestó Ariosto.
–¿En la iglesia de San Juan? ¿La que parece una ermita? ¿La que está al lado del antiguo cementerio?
–No. El convento de San Juan lo regentan las hermanas clarisas, la orden femenina de los franciscanos.
–¿Las Claras? ¿Y por qué está en las Claras? –Adela no podía refrenar su curiosidad.
–En 1810 se produjo un terrible incendio en la plaza del Cristo. La iglesia del convento de San Miguel de las Victorias, donde se rendía culto a la imagen, se quemó por completo y sus ruinas terminaron demoliéndose. Por fortuna, pudieron salvarse algunas piezas, incluida la cruz original. El edificio del Santuario actual es posterior a esa desgracia.
–No sabía que hubiera existido un convento allí.
–Era enorme y con una decoración riquísima. Uno de los edificios religiosos más importantes de la ciudad, y desapareció para siempre en una sola noche –explicó Ariosto.
–Esto de los incendios ha sido siempre un problema en La Laguna, a pesar de su humedad –reflexionó Adela.
–Eso es cierto. Basta solo con acordarse de la iglesia de San Agustín, o del palacio del Obispado, que también fueron pasto de las llamas.
–San Agustín se quedó como estaba y el Obispado se reconstruyó rápidamente. A veces nos encontramos con extrañas prioridades a la hora de reparar los desastres. Y no miro a nadie.
Ariosto sonrió. Adela tenía algo de razón, la iglesia de San Agustín debió de reconstruirse en su momento, y no se hizo.
–Nos estamos desviando de lo que nos interesa –recordó la señora Duguesclin.
–Es verdad –reconoció Ariosto–. Nos interesa la cruz original. En el año 1630 el Maestre de Campo de la gente de Guerra del beneficio de Taoro, Francisco Baptista Pereira de Lugo, Regidor de esta Isla y Señor de las Islas de La Gomera y Hierro, regaló la actual cruz de plata, junto con los clavos del mismo metal. Desde entonces la escultura del Cristo se separó de su cruz original.
–Pues no lo sabía –dijo Adela–. ¿Y cómo acabó la cruz en el convento de las Claras?
–La Cruz de madera original perdió importancia y se llevó a la sacristía de la iglesia del convento. Como te decía, este fue uno de los objetos que se pudo salvar del incendio de 1810, y que acabó depositado provisionalmente en la iglesia del convento de las Claras, que no está lejos. A fin de cuentas, eran la misma orden, aunque en el ámbito femenino. Cuando se edificó el actual Santuario, mucho más pequeño y que no tiene nada que ver con el tamaño que tenía el antiguo convento de San Francisco, se devolvieron allí muchos objetos de culto, pero no todos.
–Claro, no cabían –comentó Adela.
–Así es. La cruz de madera original y otros objetos de culto, como el Cristo del Huerto, no se movieron de las Claras hasta hoy. La Cruz estuvo muchos años en el coro bajo de la iglesia, detrás de la reja de clausura, lo que nos hubiera creado algún problema para entrar. Sin embargo, y por fortuna, ahora se exhibe al público en el museo de arte sacro del convento.
–¿Y cualquiera se puede acercar a ella?
–Si paga la entrada, puede. No es muy cara.
–¿Qué les parece si nos acercamos al museo? –preguntó la señora Duguesclin, que se había mantenido en silencio.
–¿Pretende usted descolgar la cruz y hurgar en su base? –repreguntó Adela, espantada.
–De momento, solo mirar –respondió la francesa con tranquilidad.
–Me temo que no va a ser posible esa visita –advirtió Ariosto.
–¿Por qué no? –preguntó de nuevo Adela.
–Porque solo abren los jueves y los sábados, de diez de la mañana a cinco de la tarde –aclaró el dueño de la casa–. No me preguntes el porqué de ese horario tan extraño.
La señora Duguesclin sonrió y preguntó, en tono cómplice:
–¿Y cree que el hecho de que esté cerrado ahora es un problema muy grave?



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Estos capítulos corresponden a una iniciativa de Mariano Gambín, en colaboración con sus amigos de Facebook, para aportar un rato de entretenimiento en estos días de reclusión forzosa.


Si has llegado tarde al inicio, puedes leer los demás capítulos en misterioenlalaguna.blogspot.com, y ofrecer ideas para su continuación.


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