MISTERIO EN LA LAGUNA. CAPÍTULO 28

Santa Cruz de Tenerife
  
A las doce menos cinco, Ariosto y Adela ya tenían preparado un aperitivo con el que recibir a la señora Duguesclin. Por el hecho de ser francesa, habían elegido de mutuo acuerdo un mini menú adecuado, muy del país galo: tartaletas de foie gras con jalea de vino blanco, choux rellenos de pasta de aguacate y remolacha, y crepes con langostinos al brandy. Adela manifestó su queja de que había mucha base de masa de harina, pero cambió de opinión en cuanto probó la primera tartaleta.
–Contigo no hay forma de adelgazar, Luisito. Eres un caso.
–Creí que la decisión había sido consensuada por ambos, querida Adela.
–Sí, es que hay veces que no soy dueña de mí misma, te aprovechas de mi debilidad.
Los dos amigos, con la ayuda de Fidela, la asistenta, habían preparado el pequeño ágape en media hora, y ya tenían las bandejas colocadas en el salón azul de la mansión de Ariosto, herencia familiar, bajo la atenta mirada de los personajes que poblaban los cuadros de la estancia.
–Para beber, un anís francés, Pastis Ricard y, por si acaso, dos botellas de Martini, blanco y rojo, algo más internacional –decretó Ariosto.
–¿No querrá otro tipo de bebida? –preguntó Adela.
–Estoy seguro de que es lo más apropiado, dada la nacionalidad de la visita.
En lo que el propietario de la casa llevaba las bebidas al salón, sonó el timbre de la puerta de la calle.
–Ya voy yo –anunció Adela sin dar tiempo a los demás a reaccionar.
La señora abrió la puerta y se encontró al otro lado a una mujer, más o menos de su misma edad, ataviada con un elegante vestido negro con un collar de oro y un colgante del mismo metal. Lucía a juego un bolso y un sombrero negro de ala ancha, casi una pamela, que le daban un aire antiguo, de película vintage.
–Usted debe ser la señora Duguesclin –saludó–. Yo soy Adela Cambreleng, la tía de Luis Ariosto. Bienvenida.
–Merci –contestó, dejando claro su país de origen–. Es usted muy amable.
Adela se echó a un lado para que la visitante entrase en la casa y esta lo hizo con parsimonia. Ambas se dieron la mano y en ese momento apareció Ariosto, que hizo lo propio con la recién llegada.
–Un placer verla de nuevo, madame.
–Gracias por recibirme, Monsieur Ariosto.
El apellido sonó extraño con el deje francés, algo así como Aghiostó, y al propietario del mismo le agradó.
–Tenemos curiosidad por lo que me contó anoche. Adela es muy aficionada a temas misteriosos.
La francesa esbozó una ligera sonrisa incómoda.
–No se lo tome a mal, señor, pero el objeto de estudio de mi marido y mío no son temas misteriosos precisamente. Es algo mucho más serio y dotado de rigor científico.
Ariosto guiñó un ojo a Adela, que había adoptado un semblante adusto y tenso, tratando de que no le diera mayor importancia al comentario.
–Hay ocasiones en que ambas cosas no están reñidas, como es el asunto que le trae aquí. ¿No es cierto?
–Ciertamente, en torno al santo Grial hay un enorme misterio –añadió Adela, reivindicándose.
–Eso no se lo puedo negar, pero es un misterio provocado, para que los no iniciados no se acerquen a él –concluyó la señora Duguesclin.
Ariosto invitó a las mujeres a pasar al salón. La francesa echó un vistazo al enorme número de pinturas de calidad que abarrotaban las paredes forradas de tela azul. Le dedicó especial atención a una réplica de La joven de la perla, de Vermeer, que se encontraba colocada encima de la chimenea.
–¡Qué maravilla! ¡Parece auténtica! –exclamó.
–Hay mucha gente que lo ha creído así durante años, no se lo puede imaginar –respondió Ariosto, sonriendo con los ojos–. Pero esa es otra historia. Siéntese, por favor. Hemos preparado algo de picar para amenizar el encuentro.
–Todo un banquete –reconoció la señora Duguesclin al observar los platos–. No tenía que haberse molestado.
–De beber, ¿le apetece un pastis?, ¿un vermouth?
–Preferiría un jerez seco, si es posible.
–Yo voy a buscarlo –saltó Adela, que no podía reprimir la risa, y salió en dirección a la cocina.
Una vez volvió Adela, Ariosto sirvió las bebidas y tomaron un primer bocado, sintieron que había llegado el momento de hablar del tema que les había congregado.
–¿Consiguió recuperar el crucifijo, señor Ariosto? –preguntó la señora Duguesclin.
–Lo tengo aquí mismo –respondió. Se levantó y cogió una caja de madera de una mesa auxiliar, la abrió y tomó el crucifijo de dentro con cuidado. Se sentó de nuevo y se lo mostró a la mujer francesa, que lo examinó, sin tocarlo, con mucha curiosidad.
–¿Puedo cogerlo? –preguntó al transcurrir unos minutos.
–Por supuesto, usted conoce mejor que nosotros su importancia.
Ariosto le pasó el objeto a la mujer, que comenzó a observarlo por todos sus lados.
–¿Busca algo en concreto? –preguntó Adela, intrigada.
–Una pista –respondió la señora Duguesclin sin dejar de mirar la talla.
–La verdad es que Luis y yo hemos mirado el crucifijo por todas partes y no hemos encontrado nada que nos llame la atención de manera extraordinaria.
–Hay que sabe dónde mirar –respondió con naturalidad.
La francesa abrió su bolso y extrajo una aguja fina y larga, como las de hacer punto.
–¿Ven este hueco que tiene la madera en la base? –preguntó a ambos.
–Nos habíamos dado cuenta –respondió Ariosto–. Suponemos que es para colocarlo encima de un báculo, tal vez para procesionar la imagen.
–Correcto, pero en este tipo de figuras renacentistas, también podía tener una finalidad menos evidente.
La mujer introdujo la punta de la aguja por el agujero y presionó con ella en su interior. Lo intentó varias veces sin que ocurriera nada, hasta que, de repente, un pequeño recuadro sobresalió de la cruz, como si fuera un minúsculo cajón oculto.
–¡Un hueco camuflado! –exclamó Adela.
–No puedo creerlo –confesó Ariosto–. ¿Y qué significa?
La francesa se permitió otra sonrisa, esta vez cómoda, y respondió.
–¿Quieren saberlo?



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Estos capítulos corresponden a una iniciativa de Mariano Gambín, en colaboración con sus amigos de Facebook, para aportar un rato de entretenimiento en estos días de reclusión forzosa.
Si has llegado tarde al inicio, puedes leer los demás capítulos en misterioenlalaguna.blogspot.com, y ofrecer ideas para su continuación.



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