MISTERIO EN LA LAGUNA. CAPÍTULO 19
Olegario seguía al Audi en el Mercedes de Ariosto y comprobó, para su sorpresa, que el automóvil se desviaba del trayecto que él tenía previsto que hiciese y seguía de largo tras haber dejado a la derecha la desviación del Hotel Taoro.
La señal de recepción de un mensaje de Whatsapp sonó en su móvil. Lo tomó y lo manejó con una mano. Era la respuesta de Ariosto.
-“Todo bien, Sebastián. Estoy en el Puerto de la Cruz. ¿Está muy lejos?”
El chófer no podía escribir conduciendo, por lo que se detuvo un instante para escribir una frase corta.
-“Detrás de usted”.
Arrancó de nuevo el coche y aceleró hasta que de nuevo tuvo contacto visual con el vehículo que perseguía. Las luces traseras anunciaron que se iba a detener. Él se acercó hasta unos diez metros de distancia y también se detuvo, expectante. Tras unos segundos, se abrió la puerta trasera derecha y Ariosto bajó del Audi. No se le veía tenso. Sonrió a Olegario al acercarse y se subió a su coche por el mismo lugar.
-Celebro que me haya seguido, Sebastián –dijo al cerrar la puerta.
-Casi lo pierdo al salir de La Laguna –respondió-. Podía haberme enviando algún mensaje.
-La verdad es que no dispuse del momento adecuado, perdóneme.
Olegario, una vez que el Audi arrancó y siguió adelante, hizo lo mismo con el Mercedes, pero tomó la primera calle a la izquierda, perdiendo de vista al otro vehículo, con la intención de regresar a Santa Cruz.
-¿Le puedo preguntar quiénes eran los ocupantes de ese coche y qué querían?
-Y le contestaré con sumo gusto. Es una historia algo larga.
-Tenemos media hora por delante.
Ariosto relató a Olegario la conversación que mantuvo con la señora Duguesclin hasta el momento en que le preguntó si estaba en posesión del crucifijo familiar.
-Pues ahora que lo dice, hace tiempo que no lo veo en su casa –dijo el chófer, que intentaba hacer memoria-. ¿Qué ha sido de él?
-Se lo presté a Adela, que me lo pidió para utilizarlo en no sé qué ceremonia de bendición, de esas que ella hace con sus amistades, ya sabe.
-Doña Adela siempre está inventando cosas. No para. Es asombrosa la vitalidad de esa señora.
Ariosto sonrió ante el comentario de su chófer. Era cierto, Adela era la hermana de Enriqueta y, al contrario que ella, vivía en Santa Cruz, muy cerca del domicilio de Ariosto. Era otra septuagenaria, vivaracha y curiosa, a la que le encantaba todo lo que sonara a paranormal, las tertulias de corazón de la televisión por las tardes, y chismorrear acerca de todo el que se movía en la ciudad, en ese orden. Era miembro de algunas asociaciones amigas de lo esotérico y a través de ella había conocido a Antoinette, la mujer que ocupaba su corazón y con la que había corrido varias aventuras en diferentes lugares del mundo.
-Pues tendré que pedirle que me devuelva el crucifijo –pensó Ariosto en voz alta-. Parece que va a ser una pieza clave en este misterio del Grial.
-¿Cree usted en lo que le ha contado la señora Duguesclin? ¿No le suena todo como un poco extraño? ¿Algo forzado?
-Ni lo creo ni dejo de creerlo, Sebastián. Pero no perdemos nada en tirar de ese hilo a ver a dónde nos conduce.
Olegario le contó a Ariosto sus pesquisas en torno al alquiler del Audi.
-Si me permite comentarlo, señor, existe una contradicción flagrante en relación al supuesto difunto señor Duguesclin. No puede haber muerto hace veinte años y alquilar un coche hace dos días.
Ariosto pensó en el dato que acababa de recibir.
-Pues hay dos opciones. O hay un nuevo señor Duguesclin, que no estaba en el coche, o la señora me ha mentido.
-Y el hecho de haber indicado el Hotel Taoro como residencia en la isla, cuando sabemos que lleva cerrado varios años, también huele a chamusquina, si me permite la expresión.
-No le quito la razón, y es un nuevo motivo de intriga.
-Desde mi punto de vista, es posible que estén tratando de utilizarlo a usted para unos fines no confesados aún.
-Lo sé, pero si queremos saber qué fines son, tenemos que seguir la pista sobre la que nos han puesto. Pero, eso sí, siendo precavidos.
-Si me permite un apunte, convendría dejar a buen recaudo el crucifijo. No sabemos si esa gente es de fiar.
-Ya lo había pensado. No creo que sea buena idea dejarlo en manos de Adela. Si esos tipos peligrosos de los que habla la señora francesa se enteran de que está en su posesión, tal vez intenten arrebatárselo. Acuérdese lo que ocurrió con el cuadro de Martín González cuando entraron en su casa hace unos meses.
-Pues habrá que colocarlo en otro lugar de confianza.
-Tal vez debería hablar con Galán. La policía puede ser un buen escudo. Y deberíamos hablar con algún experto en estos temas. Es posible que Marta y Adela sepan qué personas son las más idóneas.
-No se olvide de alguien muy cercano a usted, señor. Mademoiselle de Montparnasse podría arrojar algo de luz sobre la cuestión.
-¿Usted cree? ¿Antoinette? No sé si el tema del Grial tiene algo que ver con su dedicación profesional.
-Se trata de cosas raras y misteriosas que no tienen fácil explicación, ¿no?
-Si lo mira desde ese lado, le doy la razón. Pero sigo intrigado con el mensaje de la pared de la iglesia del Cristo.
-¿Lo de que tiene que resucitar al tercer día? Yo no me preocuparía demasiado.
-¿Por qué no?
-Pues porque todavía le quedan cuarenta y ocho horas. Ya tendrá tiempo para preocuparse.
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Estos capítulos corresponden a una iniciativa de Mariano Gambín, en colaboración con sus amigos de Facebook, para aportar un rato de entretenimiento en estos días de reclusión forzosa.
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