MISTERIO EN LA LAGUNA. CAPÍTULO 17
Olegario no se esperaba que apareciera
un coche y sus ocupantes invitaran a Ariosto a subir. Y menos que este aceptara
la propuesta sin la más mínima oposición. Desde donde se encontraba, detrás de
unos parterres en la parte trasera de la iglesia, a unos cincuenta metros,
podía ver lo que ocurría y, en caso necesario, intervenir en menos de diez
segundos.
De acuerdo con lo que le había contado su jefe, esperaba ver llegar a
una mujer elegante, por lo visto el perfume era caro, y que hablaría con
Ariosto en la puerta de la iglesia. Tal vez, su jefe era así, este le
propusiera hablar en otro lugar menos desangelado. Él podría seguirles a pie
hasta donde fueran. Pero lo de subirse al primer coche que llegó le pilló con
el pie cambiado.
Observó que el automóvil que había
recogido a Ariosto tomó la primera desviación a la derecha, hacia la salida de la
ciudad. Decidió volver al Mercedes a toda prisa, lo tenía estacionado a unos
pasos, y se sentó en el asiento del conductor. Antes de arrancar, cogió su
móvil y le envió a su jefe un whatsapp.
-“¿Todo bien?”.
No esperó a la contestación pero dejó el
teléfono a mano por si sonaba el pitido de recepción de respuesta. Encendió el
motor y se dirigió al lugar donde vio por última vez al vehículo oscuro, un
Audi, de los grandes, un coche caro. No había tráfico y llegó enseguida a la
avenida de la Trinidad. Enfiló hacia la rotonda del padre Anchieta y allí tuvo
que tomar la primera decisión. ¿Hacia Santa Cruz o hacia el norte? Si a su jefe
lo habían invitado a conversar en el coche, necesitarían disponer de un tiempo más
o menos prolongado de conducción. A Santa Cruz se llegaba en menos de diez
minutos, por lo que se decidió por girar
a la derecha, hacia el norte.
Entró en la autovía acelerando y en
cuestión de segundos estudió el estado de la calzada. Aquel tramo estaba
perfectamente iluminado y no se veía ningún vehículo. Calculó que le llevaban
unos tres o cuatro minutos de ventaja,
una distancia no excesiva. Pisó el pedal y llevó al veterano Mercedes a ciento
sesenta kilómetros por hora. Contaba con que el Audi no conduciría con prisas.
El viejo automóvil se portó de maravilla y parecía rodar a gusto. El ruido del
motor no evidenciaba un sufrimiento preocupante.
En treinta segundos advirtió las luces
traseras de un coche. Al acercarse, comprobó que era una furgoneta. La adelantó
como una exhalación y continuó el avance a toda velocidad. Dejó atrás la salida
del aeropuerto y con ello las luces de la autovía, y en unos minutos más, el
desvío de Guamasa. Después vio otras luces. Se trataba de un vehículo pequeño,
un utilitario. Lo pasó como un rayo y siguió adelante en su carrera contra el
tiempo y la distancia. Olegario rezó porque el coche que perseguía no hubiera
tomado ninguna de esas desviaciones. Si fuera así, ya lo habría perdido sin
remisión.
Al pasar la salida de Los Naranjeros,
vio dos pares de luces delante. Se aproximó y comprobó que el más cercano era
otro turismo, un SEAT mediano, pero el siguiente coche era oscuro y grande.
Ambos iban a unos cien por hora.
Decidió comprobar que era el coche que
buscaba y se colocó en el carril de la izquierda para adelantarlos. Cuando llegó
a su altura, lo hizo más lentamente. El primer coche estaba ocupado por una mujer
de mediana edad, con aspecto de lo más normal. El siguiente coche era el Audi. Olegario
memorizó la matrícula de inmediato y descubrió una pegatina de una empresa
local de alquiler de coches. El automóvil que estaba adelantando tenía los
cristales traseros oscurecidos, por lo que no pudo ver lo que ocurría el
interior, pero sí al chófer, un tipo grande que conducía muy tranquilo, sin la
menor tensión.
Se colocó delante y siguió con mayor
velocidad que los otros unos minutos. Luego, deceleró poco a poco, permitiendo
que se acercaran, y debido a su menor velocidad, lo rebasaran. Teniendo así el
control visual de ambos vehículos, Olegario se colocó a la misma velocidad detrás
del segundo, dejando algo de distancia entre ellos.
El chófer miró el teléfono. Ariosto no
había contestado al mensaje. Aprovechando que nadie lo veía, con dos toques
llegó al listado de llamadas favoritas y pulsó el quinto registro. Era el
número de teléfono del hermano de Emelina. Sabía que era tarde, pero estaba
seguro de que contestaría. Pulsó también el altavoz del aparato.
-¿Tú no duermes nunca? –se escuchó en el
móvil-. ¿Anoche danzando por ahí con tu jefe y hoy vuelves a las andadas? Mi
hermana tiene ganado el cielo contigo.
-Buenas noches, Marcial. Necesito que me
eches una mano.
La falta de humor en la respuesta de
Olegario indicó a su interlocutor que el chófer no deseaba introducciones.
-A ver, ¿qué te pasa? –replicó.
-Tengo la matrícula de un coche de un
Rentacar local. Tú trabajas en ese gremio. ¿Podrías averiguar quién es el
cliente? Es una cuestión importante, por favor.
-¿A esta hora? ¿Un domingo? ¡Tú estás
loco!
-Por favor, por favor. Y te llevaré a
comer pescado donde quieras.
El anzuelo era de envergadura.
-¿A donde quiera? ¿Estás seguro?
-Seguro.
Marcial mordió el anzuelo con gusto.
-De acuerdo. Dame la matrícula y dime
qué agencia es. Te contestaré en un rato.
Olegario le facilitó los datos y colgó.
Los vehículos redujeron la velocidad en
la curva de El Sauzal y luego la recuperaron en la recta de La Matanza. No hubo
respuesta al Whatsapp que había enviado a su jefe. Debía de estar ensimismado
en la conversación.
Los kilómetros fueron pasando y, justo
cuando el Audi comenzaba a tomar la desviación del Puerto de la Cruz, sonó el
teléfono. Era Marcial.
-Dime –contestó Olegario.
-Ese coche fue alquilado ayer por la
mañana por una semana entera. Es uno de los más caros de la flota, pero el
cliente insistió en que fuera uno de esos.
-¿Quién es el cliente?
-Es un extranjero. Se llama Marcel
Duguesclin. Y ha colocado como conductor adjunto a un tal Ambrosio Vidal. No
parece que haya parentesco entre ambos.
-¿Ha dado dirección en Tenerife?
-Sí, Hotel Taoro –Marcial guardó
silencio unos segundos-. Espera, ¿El Hotel Taoro no está cerrado?
-Sí, y lleva así varios años. La
dirección es falsa.
-Ya sabía que estabas mezclado en uno de
tus asuntos turbios.
-¿Algún dato más? –cortó el chófer.
-Dieron una dirección muy amplia en
Francia, Nantes, así, sin más detalle. Pero
tengo el número de la carta francesa de identidad.
-Muchas gracias, Marcial, ¿me envías
esos datos al Whatsapp? Tengo que dejarte ahora.
Olegario cortó la comunicación y trató
de mantenerse a distancia del Audi, que había girado por la desviación del
Botánico. El otro coche, el turismo de la señora, había seguido recto por la
autovía.
El Audi se introdujo en el dédalo de
calles que se abrían a la izquierda, tras pasar la gasolinera. Y en ese
momento, Olegario supo que el vehículo se dirigía, con toda seguridad, al Hotel
Taoro. El que llevaba cerrado varios años. Y entonces sintió que sus nervios se
tensaban.
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Estos capítulos corresponden a una
iniciativa de Mariano Gambín, en colaboración con sus amigos de Facebook, para
aportar un rato de entretenimiento en estos días de reclusión forzosa.
Si has llegado tarde al inicio, puedes
leer los demás capítulos en misterioenlalaguna.blogspot.com, y ofrecer ideas
para su continuación.
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