MISTERIO EN LA LAGUNA. CAPÍTULO 18
-Cuénteme lo que sabe de Ludovico Ariosto, hágame ese favor –solicitó la señora Duglesquin.
El coche avanzaba por la oscura autopista del norte, solo bañada en luz de modo transitorio a la altura de la curva de El Sauzal. El chófer, Ambrosio, aparentaba estar ajeno a una conversación cada vez más intensa. Ariosto se dispuso a contestar.
-Ludovico fue uno de los poetas italianos más famosos de su tiempo: el Renacimiento. Se dice que Junto a Dante, Petrarca y Bocaccio, forman el cuarteto inmortal de las letras del idioma toscano. Nació en Regio Emilia en 1474 y murió en Ferrara, a los cincuenta y nueve años, en 1533.
-Los datos son exactos –confirmó la mujer-. Prosiga, por favor.
-Provenía de una familia aristocrática y, de joven. dejó los estudios jurídicos por la poesía. La muerte de su padre le obligó a trabajar para el Estado de Ferrara, una de las ciudades república en que Italia estaba dividida en aquella época. Entró al servicio de la familia de la Casa de Este, que eran lo que mandaban allí. Se convirtió en hombre de confianza del cardenal Ippolito d’Este, llegando incluso a ser su embajador ante el papa Julio II, el que mandó pintar la Capilla Sixtina a Miguel Ángel.
-Era una época llena de personajes famosos.
-En torno a 1516 escribió su obra maestra, Orlando Furioso, un poema épico de ficción fabuloso y legendario, que reescribió varias veces a lo largo de su vida y que fue impreso en numerosas ocasiones. Permaneció en Ferrara el resto de sus días, donde compartió los honores de la fama artística más celebrada junto a los pintores Bellini y Tiziano, que servían al mismo señor. Esto es lo que sé.
-Hay algo más –repuso la señora Duglesquin-. Los descendientes y su legado.
Ariosto asintió, algo abrumado. Había quinientos años de descendientes.
-No le voy a aburrir con la vida de mis ascendientes, que yo tampoco conozco en profundidad. Solo añadir que mi padre era de origen italiano y que en una visita a Tenerife conoció a mi madre, Amparo, y de esa relación nací yo. Por desgracia, ambos han pasado a mejor vida.
-Mi esposo investigó sobre sus ancestros, señor Ariosto. Lo más interesante que descubrió se centró en los bienes que se fueron sucediendo de padres a hijos. La relación de inmuebles y muebles de los testamentos es sumamente clarificadora, ya que los describe de una generación a otra. Aunque de todos los objetos familiares, solo hay uno que nos llamó la atención.
-Estoy completamente perdido respecto a lo que me está contando. No sé a qué se refiere.
-El esclavo liberado, Juanico, era un artista carpintero. Lo sabemos, porque en el testamento de Ludovico, el poeta, se hace constar la existencia de un crucifijo, “labrado por mi criado español”, que legaba a uno de sus hijos, Angelo.
Ariosto tuvo un destello de lucidez. ¡Un crucifijo!
-¿Un crucifijo de madera con la figura del Cristo tallada en marfil? –preguntó a la mujer. Ella sonrió.
-Veo que lo conoce. Es una pieza sumamente rara. En aquel tiempo era muy difícil encontrar marfil para tallar. Sin duda, el tal Juanico fue un artista excepcional.
-De los pocos recuerdos que se trajo mi padre de Italia, había un crucifijo, no muy grande, que siempre estuvo colgado en la cabecera de la cama de mis padres. Él decía que tenía un gran valor sentimental, ya que provenía de sus abuelos más antiguos.
-Y tenía razón, pero su valor no es solo sentimental. Creo que en esa pieza existe una clave para encontrar el grial.
-¿Y qué le hace pensar eso? –preguntó Ariosto, inquieto.
-Juanico fue indiscreto con el capitán veneciano. Se le escapó que conocía el lugar donde se encontraba la “santa copa del Mesías”, y que se esta se encontraba en “el crucifijo de San Francisco”. Y luego tenemos la noticia de que labró un crucifijo, que debe ser igual o muy parecido al original. Son dos pistas muy fuertes. Pero además, hay otra.
-¿Otra más? Estoy atónito. ¿No tendrá que ver con el regalo del emir de Denia al rey Fernando I de León?
-Esa historia todavía colea. En la colegiata de San Isidoro de León existe una joya medieval. Es el llamado Cáliz de doña Urraca, datado en torno al año 1050 de nuestra era. Se supone que es un regalo de buenas intenciones políticas a rey Fernando I de León por parte del emir de Denia Alí ben Muyahid, Iqbal al-Dawla. Este emir la había conseguido como regalo de su colega de Alejandría por enviarles comida en un momento de hambruna, a su vez robado de Tierra Santa años antes. Existe polémica sobre la correcta traducción de los documentos en que se afirma esta historia por parte de distintos investigadores. Pero, sin entrar en ella, nosotros creemos que el auténtico cáliz es otro.
-¿Y cuál es? -inquirió Ariosto, cada vez más intrigado.
-Mi marido siguió la pista de otro cáliz, que llevaba consigo la tribu de los Hassanía. Cuenta la tradición que uno de sus jefes se hizo con él durante sus correrías por Tierra Santa a las órdenes de Saladino, en el siglo XII. Los Hassanía, o Beni Hassan, eran un pueblo sumamente belicoso y pendenciero, por lo que estuvieron siempre cambiando de lugar de asentamiento. Nadie los quería cerca porque creaban demasiados problemas, y así, en cinco siglos, desde el Yemen original, fueron de reino en reino, pasando de señor en señor por todo el norte de África hasta acabar en la costa atlántica, y de allí fueron empujados hacia el sur.
-¿Esos Hassanía son los saharauis actuales?
-En efecto. Unos de sus jefes de las tribus mantenía el cáliz en su poder sin darle demasiada importancia, aunque perduraba el recuerdo de su origen. El objeto pasó desapercibido hasta que fue descubierto en una cabalgada de cristianos en el siglo XV, uno de esos desembarcos que se estilaban en la costa africana en busca de ganado y esclavos, en que cayó en manos de su líder como botín de guerra. Existe un documento de la época que atestigua la cabalgada y la identidad de quien la promovió.
-Y me imagino que me va a decir quién es.
-Don Alonso Fernández de Lugo, el conquistador y gobernador de Tenerife y La Palma, Adelantado de Canaria.
-Fundador de la iglesia de San Francisco en La Laguna.
-Así es. Y aunque en ese documento que cito no se menciona expresamente que el cáliz fuera el Grial, sí que aparece relacionado como uno más de los objetos que conformaban el botín.
-Y esa es la explicación, según usted, de que el Grial llegara a Tenerife.
-Como le digo, por sí sola no es concluyente, pero si la relacionamos con las otras pistas, nos ilumina un camino a seguir –concluyó la señora Duguesclin-. Y ahora viene la pregunta más importante de todas. ¿Tiene usted ese crucifijo?
Ariosto se mordió el labio antes de contestar.
-Pues no.
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Estos capítulos corresponden a una iniciativa de Mariano Gambín, en colaboración con sus amigos de Facebook, para aportar un rato de entretenimiento en estos días de reclusión forzosa.
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