MISTERIO EN LA LAGUNA. CAPÍTULO 39


Sandra Llevaba una hora investigando en Internet. Había redactado el artículo sobre los acontecimientos del día y, en vez de un trabajo de investigación histórica, había terminado por escribir una crónica de sucesos. Era de más actualidad el atropello del director del Archivo Diocesano por alguien que luego se había dado a la fuga, que hacerlo sobre el nebuloso origen del esqueleto emparedado, que podía quedarse para el día siguiente.
Tras enviar el artículo al editor jefe para su revisión, se dedicó a investigar sobre los datos que le había facilitado Marta en el restaurante. De la desconocida Orden secreta de los Custodios de la Cámara Santa no encontró nada, salvo una mínima referencia proveniente del libro de Dukan. Le llamó poderosamente la atención que no encontrar nada de esa especie de secta, a pesar de que halló material abundante de un sinfín de otros grupos, generalmente compuesto por chalados, que invocaban a toda clase de seres, reales o imaginarios, en su búsqueda particular de unos fines muy variados: desde el culto a olvidados demonios asirios, pasando por propugnar la salvación de unos insectos endémicos sagrados de Nueva Guinea, o la preparación mística para el contacto con culturas extraterrestres. De todo, menos de los custodios de la Cámara Santa. Desde luego que lo de orden secreta se lo habían tomado en serio sus integrantes.
Se le ocurrió teclear “Grial” y tuvo que dejarlo cuando vio que los resultados de la búsqueda arrojaban 3.830.000 páginas, encontradas en 0,59 segundos. “Ni tanto, ni tan calvo”, pensó. Tendría que buscar a algún especialista en ese tema, seguro que Marta podría indicarle alguno. Nunca había oído que el grial se relacionara con Canarias, pero la imaginación da para mucho, a juzgar por los resultados que entrevió antes de aburrirse.
Le quedaba el apellido Solórzano. Descubrió que era un pueblo de Cantabria, de donde vendrían originalmente todos los que se llamaban así. El apellido aparece en la aristocracia canaria, desde don Gaspar del Hoyo Solórzano Arbola y Fonte, Marqués de la Villa de San Andrés, Maestre de Campo Caballero del Hábito de Calatrava, Capitán General de la Nueva Andalucía, Cumaná y Barcelona, y patrono del Convento de Recoletos del Espíritu Santo de Icod de los Vinos, todo eso dicho sin respirar, pasando por su hijo el escritor ilustrado don Cristóbal, todos de la casa de los Hoyo–Solórzano, cuyo antiguo solar radicaba en la merindad de Trasmiera, en Castilla.
Abandonó esa línea de investigación, dado que siempre, antes del Solórzano, estaba el del Hoyo, con lo que no cuadraba con los apellidos Solórzano y Quesada encontrados por el director del Archivo Diocesano.
La búsqueda de personas con el apellido Solórzano, a secas, en Canarias en el siglo XVIII quedó en nada. Había referencias de los tiempos actuales, gente apellidada así, pero sin nada que los relacionase con La Laguna de hace tres siglos.
 En un flash de memoria se acordó de Francisco Artiles, la cabeza visible del grupo de investigación de fenómenos paranormales Enigma12, conocido por su periódica aparición en los medios locales y nacionales en los últimos años. Sandra se acordaba perfectamente de él de cuando le ayudó con datos sobre la Casa Lercaro en la investigación del fantasma de Catalina. Artiles tendría unos cincuenta y tantos y la periodista recordaba su ligera melena rubia, que le daba un aire bohemio. Era un especialista en todo lo que sonara a misterio hermético, incluyendo cualquier tipo de sectas y organizaciones similares.
Buscó el número en su móvil y comprobó con satisfacción que todavía lo conservaba, a pesar de haber cambiado un par de veces de aparato. Una nunca las tenía todas consigo, y no sabía la cantidad de contactos importantes que había perdido por el cambio de los dichos móviles.
Pulsó el botón de llamada y contestaron al tercer tono.
–¡Sandra Clavijo! ¡Qué sorpresa! ¿Cómo estás?
La periodista se tranquilizó al constatar que Francisco la recordaba.
–Hola, Francisco. Estoy muy bien, ¿y tú? Sé que sigues con tus investigaciones sobre temas misteriosos.
–Siempre desenmascarando supercherías, Sandra. Salvo, claro está, aquellos casos que son en realidad inexplicables.
–Me encanta lo que haces, y te sigo en las publicaciones –Sandra entendió que ya había terminado con los prolegómenos–. Tengo una consulta que hacerte.
–Tú dirás. ¿Por teléfono o nos tomamos un café?
Sandra recordó que la última vez que lo vio fue en la terraza de la cafetería de la plaza del Príncipe, en Santa Cruz, un lugar muy agradable. Dudó por un momento, pero miró el reloj y comprendió que se le haría demasiado tarde.
–Pues mejor otro día, Francisco. Voy un poco justa de tiempo. Se trata de una pregunta simple. ¿Conoces una orden secreta llamada de los Custodios de la Cámara Santa?
Artiles tardó unos segundos en responder.
–¿Dónde has escuchado ese nombre? –preguntó. Su voz denotaba un tono de alarma.
Sandra no solía dar datos de sus fuentes de información, como toda periodista, y la respuesta fue automática.
–De unos investigadores del mundo académico –contestó, vagamente–. ¿Por qué? ¿Pasa algo?
–¿Que si pasa algo? Sí que pasa, Sandra. Todo lo referente a esa orden no puede hablarse por teléfono. Bajo ningún concepto. Con lo que tendremos que vernos si quieres que te cuente algo. Y de la forma más discreta posible, por favor. Solo te puedo adelantar un detalle, y es que con esa gente no se juega.



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Estos capítulos corresponden a una iniciativa de Mariano Gambín, en colaboración con sus amigos de Facebook, para aportar un rato de entretenimiento en estos días de reclusión forzosa.
Si has llegado tarde al inicio, puedes leer los demás capítulos en misterioenlalaguna.blogspot.com, y ofrecer ideas para su continuación.





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