MISTERIO EN LA LAGUNA. CAPÍTULO 47

Santa Cruz de Tenerife.



Sandra entró en la cafetería La Huella, en la calle Pérez Galdós, una antigua tienda de artículos del hogar reconvertida en Bistro, o eso decía el cartel de la entrada. La había escogido Artiles porque dentro del local se hallaban varias mesas discretas que no se veían desde la calle. La periodista consideraba que aquellas precauciones eran algo exageradas. Ni remotamente consideraba que valiera la pena ser objeto de vigilancia por nadie en su sano juicio, pero como Francisco siempre andaba con teorías conspirativas, no le quedaba más remedio que ceder ante aquellas excentricidades.
Cruzó la puerta de cristal y se encontró con un ambiente cálido, suelo de madera, mesas de diferentes tamaños e incluso un sofá, donde se podían tomar todo tipo de bebidas, lo típico de una cafetería que en cualquier momento se podía reconvertir en bar de copas.
Era temprano, Artiles había insistido en aquella hora, apenas minutos después de abrir el establecimiento, pero un buen momento para desayunar algo. Localizó a Francisco en la última mesa del fondo, de espaldas a la pared y de frente a la entrada, como los antiguos gángsters, y casi le dio la risa. Se acercó y le dedicó una amplia sonrisa, que fue correspondida de inmediato.
–Buenos días, Francisco.
Artiles se levantó para recibirla y se regalaron los besos de rigor.
–Buenos días, Sandra. Cada día estás más guapa.
La periodista giró la cabeza en un gesto coqueto ante el piropo. Aquel hombre tampoco estaba mal, se dijo. Los años le iban sentando bien.
–Gracias –se sentaron–. ¿Has pedido algo?
–Estaba esperando por ti. ¿Qué te apetece?
–Pues hoy una tostada con aceite y un café con leche, ¿Y tú?
–Pues lo mismo.
El camarero se acercó y pidieron por partida doble uno de los desayunos estándares que incluía ambas cosas, además de un zumo de naranja.
–Me dejaste ayer algo intranquila, Francisco. Ya sabes, lo de la…
–No lo digas –la interrumpió, con semblante grave–. Las paredes tienen oídos.
Sandra alzó inadvertidamente una ceja. Su compañero de desayuno actuaba rayando en la paranoia, pero no iba a ser ella quien le discutiera sus preocupaciones.
–De acuerdo. ¿Cómo la llamo? ¿La sociedad, por ejemplo?
–Por ejemplo –convino Artiles–. Me imagino que crees que exagero, pero te aseguro que son gente muy peligrosa. No vacilarán ante nada para conseguir sus propósitos.
–¿Y cuáles son?
–Ya lo sabes preservar en su posesión los objetos del Mesías, y adquirir los que no tengan. Cualquier método es bueno para ello.
–Pues un grupo de coleccionistas no debería ser tan peligroso. Los museos hacen los mismo.
–Son fundamentalistas cristianos. Tienen la misma mentalidad que los yihadistas islámicos de la peor catadura. Pero, ¿por qué me preguntas por ellos?
Sandra le contó el descubrimiento de la mujer emparedada y el mensaje escrito en la pared interior con el mismo tipo de grafía que las inscripciones en la iglesia alemana. Artiles reflexionó casi medio minuto antes de contestar.
–¿Y dices que la cámara se te disparó sola? ¿Y que las fotos resultantes salieron bien enfocadas?
–Tú debes ser el primero que no me toma por loca.
–Me dedico a investigar ese tipo de fenómenos. Tengo una amiga a la que le ocurrió lo mismo hace tiempo. Esas cosas no son accidentes. Un ente pulsó por ti el disparador de la cámara.
–Nunca me he tomado este tipo de historias en serio hasta que me ha ocurrido a mí. ¿Un ente? ¿Te refieres a un fantasma o algo así?
–Si no fuera cierto, no me la contarías. Detrás de este tipo de situaciones hay alguna explicación. Es un mensaje.
–¿Y quién me lo envía? –preguntó Sandra, que comenzaba a sentirse nerviosa– ¿Y para qué?
–No puedo saberlo. Al menos no todavía. Pero está directamente relacionado con…, la “sociedad”, como dices tú.
–Me llama la atención que la pobre mujer emparedada escribiera su último mensaje con el tipo de letra propio de la “sociedad”. ¿Crees que podría ser miembro de ella?
Artiles le dedicó una sonrisa helada.
–Dos y dos son cuatro. Las evidencias cantan por sí solas.
–¡Dios mío! –Sandra se llevó la mano a la boca– ¿Y la razón de que la mataran estaría conectada con las actividades de esa gente?
–Si pudiera, apostaría a que sí. Tiene toda la pinta de que se trató de un castigo, o de una ejecución. El responsable tuvo que ser, o bien uno de sus propios “socios”, o bien uno de sus enemigos.
–¿Y por qué podrían haber hecho algo tan terrible?
–Ya te lo dije, son fundamentalistas despiadados. La mujer debió cometer algún acto imperdonable.
–¿Es posible que estuviera relacionado con la apropiación de uno de esos objetos mesiánicos?
–Es muy posible.
–Lo que no es nada posible es que lleguemos a saber qué ocurrió.
–Es difícil, por supuesto. Pero no imposible. Hay una forma. ¿Estás dispuesta a aceptar lo increíble? ¿Dejar de lado tus prejuicios?
Sandra miró perpleja a Artiles, que volvió a sonreír.
–Quiero saber qué pasó, sin duda. Pero, ¿a qué te refieres?
–A que visitemos el lugar con una sensitiva. Una persona que siente lo que ocurrió en un lugar concreto en algún momento del pasado. ¿Te acuerdas de la Casa Lercaro? ¿Conoces a alguien así de tu confianza?
Sandra no tardó más que un instante.
–Sí, conozco a una persona con esas dotes.
–¿Vamos entonces?
–Vamos.





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Estos capítulos corresponden a una iniciativa de Mariano Gambín, en colaboración con sus amigos de Facebook, para aportar un rato de entretenimiento en estos días de reclusión forzosa.
Si has llegado tarde al inicio, puedes leer los demás capítulos en misterioenlalaguna.blogspot.com, y ofrecer ideas para su continuación.

                           

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