MISTERIO EN LA LAGUNA. CAPÍTULO 43.

  
Santa Cruz de Tenerife
  
Ariosto llegó caminando a su casa tras dejar a Adela en la suya. Ella vivía muy cerca, en la esquina de Numancia con 25 de julio, por lo que en cinco minutos ya estaba subiendo las escaleras de acceso a la puerta principal de su mansión familiar. Entró y desconectó la alarma, que funcionaba cuando se quedaba la casa sola. No le sirvió de mucho aquel mediodía, cuando no se sabe quién se aprovechó de un descuido de Fidela para entrar y espiar sus conversaciones. Desde aquel momento, el intruso desconocido había ido un paso por delante de ellos. Al menos, hasta que se llevó el chasco en el taller del obispado.
Dejó las llaves en la mesita del recibidor sin necesidad de encender ninguna luz. Se conocía el caserón de memoria, y subió por las escaleras rumbo a su dormitorio. Había sido una tarde noche muy ajetreada y le apetecía darse una ducha.
Mientras el agua se calentaba, repasó mentalmente los acontecimientos de los dos últimos días. La inquietante llamada de Galán a las cuatro de la mañana para descubrir una pintada dedicada a él, o referida a él, en el Santuario del Cristo. El mensaje todavía resonaba en su cerebro:

Y al tercer día, Ariosto resucitará de entre los vivos y entregará el grial a quien le corresponde.

Al día siguiente, la misteriosa carta que le invitaba a asistir a la procesión del traslado del Cristo a la catedral, y la nueva cita en la iglesia de San Juan, ambas atribuibles a la extraña señora Duguesclin. Y, posteriormente, la sorprendente historia que le contó de una búsqueda de años de un objeto tan mítico e increíble como el Grial. Y cómo llegó hasta él a través de Ludovico Ariosto, su antepasado, y su conexión con el crucifijo familiar. Hasta que no se descubrió el insospechado hueco existente en la base de aquella cruz que había estado siempre en la casa familiar, no se tomó aquello medianamente en serio.
La aparición de otro hueco similar en la verdadera cruz del Cristo ya le dijo que no se trataba de meras casualidades. Pero el fiasco final al encontrarlo vacío hizo que una incógnita a punto de resolverse se convirtiese en un enigma de difícil resolución. ¿Quién sacó el cáliz de la cruz? ¿Estuvo en realidad allí? ¿Era el cáliz auténtico?
Entró en la ducha mientras seguía cavilando.
El misterio conllevaba una fuerte dosis de desasosiego por la presencia invisible de alguien que no dudaba en abrir toda clase de puertas para apoderarse del supuesto Grial. Y, además, según delataban el golpe en la sien del chófer francés, las ligaduras de Fidela y la coacción al empleado del taller con un arma de fuego, sin ninguna dificultad para ejercer diferentes tipos de violencia.
Ariosto quería creer que el hecho de que la pista de su crucifijo hubiera terminado sin éxito había provocado que quedara fuera del siniestro juego en el que se había visto envuelto. Un juego que, en principio, no le apetecía seguir jugando.
Pero sentía curiosidad. El vínculo de su familia con la trama hacía que se sintiera algo presionado en su fuero interno por conocer qué verdad había detrás de aquella legendaria búsqueda. Le parecía una historia increíble que el Grial hubiera acabado en Tenerife. Como si no hubiera lugares que se atribuían su posesión desde cientos de años atrás, y algunos con cierto fundamento.
La primera historia que había que comprobar era la de la señora Duguesclin. ¿En realidad su fallecido esposo era un investigador académico del Grial? ¿Y ella había continuado sus investigaciones? ¿En solitario? ¿Sin ninguna institución más o menos seria detrás?
Aquello le sonaba a aficionados buscando tesoros, de los que lo hacían en tumbas arcaicas, en fondos marinos, o en iglesias antiguas. Tendría que hablar con alguien que supiera del tema. Alguien de Francia.
Una vez seco, se vistió el pijama y se sentó en el borde de la cama. ¿A quién conocía en el mundo académico francés? Un par de nombres, excompañeros de estudios postdoctorales en Bolonia, muchos años atrás, saltaron en su memoria. Los llamaría, sí, pero al día siguiente. No eran horas de molestar. Pero había una persona a la que sí podía llamar, y que conocía bastante bien el mundo de la superchería esotérica, aunque no estaba seguro de que su caso pudiera encuadrarse en esa denominación.
Ariosto tomó su móvil y marcó el número de Antoinette de Montparnasse, la mujer que ocupaba sus pensamientos. Aunque su idilio había comenzado en Tenerife hacía algunos años con el asunto del fantasma de Catalina, había corrido más recientemente varias aventuras con ella en Río de Janeiro, París y Venecia, lo que les había unido mucho más. Antoinette era una vidente parisina de gran prestigio en el mundo de lo paranormal y, aunque Ariosto era escéptico respecto a aquellas manifestaciones, ello no impedía que la respetase profundamente en su labor profesional. Y la iba a llamar no solo para darle las buenas noches, lo que solía hacer a menudo, sino también para contarle lo que le estaba ocurriendo.
-Chéri, ¿Cómo estás? –respondió ella al segundo tono-. Llevo un par de día sin saber de ti. ¿No me echas de menos?
-Muchísimo. ¿No te das cuenta? ¿No lo has notado? –bromeó él en referencia a sus extraordinarias dotes-. Solo tengo ojos para ti.
-Eso sí que lo sé, y no me hace falta usar ninguno de mis poderes para estar segura. Cuéntame, ¿cómo te ha ido estos días?
-¿Estás sentada? Es que es largo.
Ariosto dedicó bastantes minutos a relatar a la francesa los últimos acontecimientos y le preguntó al final si conocía a la señora Duguesclin.
-La verdad es que no he oído hablar de esa mujer –respondió-. Pero tengo amistades que tal vez sepan algo de ella y de su esposo, si es que era alguien importante en ese mundo de buscadores de reliquias sagradas. Sabes que eso no es lo mío, pero a mi alrededor hay gente que le gusta indagar en todo lo que suene a misterio.
-Esa es la segunda razón de mi llamada.
-Pues espera un momento. Cuelgo y llamo a una amiga que sabe mucho de eso. Te llamo en unos minutos.
Ariosto no tuvo tiempo de replicar. Antoinette había colgado. Se dispuso a esperar y buscó en su reproductor de música algo interesante. Pasó por diversos títulos y se decidió por Ernani, una ópera de la primera época de Verdi que le recordaba mucho a Il Trovatore. No pasó del comienzo de la primera aria de las que más le gustaban del acto primero, Come rugiada al cespite, cuando sonó el teléfono. Era Antoinette.
-Chéri, mi amiga, la baronesa Anne-Louise de Laroche, es una erudita en temas de leyendas artúricas, ya sabes, lo de la tabla redonda y esas cosas.
-El rey Arturo, la reina Ginebra y Lanzarote del lago. Son viejos conocidos.
-Pues bien, me ha comentado que el tal señor Duguesclin, que se llamaba Armand, era un profesor de una universidad pequeña de Normandía que escribió un par de libros sobre la Historia de la búsqueda del Grial. Según me ha comentado Anne-Louise, Duguesclin aportó hipótesis novedosas sobre sus posibles localizaciones. La verdad es que no sé hasta qué punto fueron importantes sus investigaciones, ya que murió hace años y nadie, que se sepa, ha continuado con ellas.
-Entonces el señor Duguesclin es real. ¿Y se sabe algo de su esposa?
-Te estás adelantando. En torno a ese hombre hay un misterio. Su muerte no fue natural.
-¿Cómo dices?
-Armand Duguesclin fue asesinado. En su estudio, mientras trabajaba. Por lo que se sabe, con un arma blanca, larga y afilada. La investigación de judicial se llevó en secreto, ya que surgieron muchas incógnitas, de esas que no les gustan a los policías.
-¿Cómo cuáles?
-Rumores sobre sectas secretas o algo así. Es un tema que pone nerviosos a los agentes de la autoridad.
-Comprendo. ¿Y cuál fue el resultado de sus pesquisas?
-Ninguno. No dieron con el culpable, aunque trascendió que había alguien sospechoso que escapó por falta de pruebas.
-¿Quién?
-La esposa. La policía siempre creyó, sin poder probarlo, que ella lo mató.




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Estos capítulos corresponden a una iniciativa de Mariano Gambín, en colaboración con sus amigos de Facebook, para aportar un rato de entretenimiento en estos días de reclusión forzosa.
Si has llegado tarde al inicio, puedes leer los demás capítulos en misterioenlalaguna.blogspot.com, y ofrecer ideas para su continuación.















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