MISTERIO EN LA LAGUNA. CAPÍTULO 44.
La Laguna.
Galán se vistió con ropa cómoda tras ducharse. De la cocina llegaba un aroma que abría el apetito de cualquier mortal que lo oliera. Marta estaba haciendo de las suyas para cenar, pensó. Le encantaba la cocina y era una cocinera de primera. Él también hacía sus pinitos, pero era consciente de estar a años luz de su nivel culinario.
Recorrió el pasillo y entró en la cocina. Su compañera miraba el interior del horno con ojo escrutador, sopesando si lo que estaba cocinando estaba en su punto o le faltaba algo más de tiempo.
-¿Qué estás haciendo? –preguntó, curioso-. Huele de maravilla.
Ella le devolvió una sonrisa amplia, la que siempre ofrecía cuando elogiaban sus platos.
-Macarrones con calabacín, berenjenas, y tomate natural rallado con un poco de carne picada.
-Fíjate que tenía poca hambre y esto me la ha despertado de súbito.
Galán echó un vistazo a la mesa y descubrió una fuente en la que destacaban los colores rojo y verde.
-De primero, ensalada de espinacas y tomates, con piñones, pipas de calabaza y pasas –anunció ella-. Todo regado con vinagreta y miel.
-Vaya banquete, querida. ¿Un vinito para acompañar?
-Bueno, si te empeñas –respondió. Galán sabía que no tenía que empeñarse mucho para que aceptara una copa.
Fue a buscar una botella de Rioja, un Conde de Valdemar, al armario de las bebidas. La colocó sobre la mesa y la abrió con su sacacorchos hostelero. Dejó el vino aireándose y comenzó a poner la mesa.
-¿Cómo te ha ido el día? –preguntó el policía.
-Bien. Fui a ver a Pedro Hernández al archivo y luego comí con Sandra. Me estuvo contando cosas del viaje.
-Es verdad. ¿Cómo le fue en Alemania?
-Le encantó. Y amenaza con organizarnos una sesión de fotos con una merienda.
-Lo de la merienda me gusta. Lo de la sesión de fotos, es posible que llegue un poco tarde.
Marta lo miró con falsa reprobación, sonriendo.
-No seas malo, que la chica tiene mucha ilusión. También me contó que fue la primera en enterarse del atropello del director del archivo diocesano.
-Sí, don Adrián. Me han comentado que está fuera de peligro. He puesto a Morales a investigar el caso. Hay pocas pistas, la verdad. Un coche grande y oscuro, y poco más. Solo había un par de testigos y su atención se dirigió más al atropellado que al causante, que desapareció de inmediato.
-He pensado que ese atropello tal vez no fuera un accidente.
Galán terminó de colocar las servilletas y escanció el vino en las dos copas.
-¿Por qué dices eso? ¿Quién va a querer mal a ese hombre? Si es un pedazo de pan.
-Acababa de descubrir un dato importante para averiguar quién podía ser la mujer emparedada. Y le llamaron de un número oculto para obligarle a salir del archivo. Creo que le estaban esperando.
El policía se sentó en cuanto Marta colocó la bandeja de cristal con la pasta recién salida del horno en la mesa sobre un corcho salvamanteles.
-Pero, estamos hablando de un crimen de hace trescientos años –repuso Galán-. ¿Quién puede estar interesado en que no salga a la luz? Ya nadie se acuerda de eso. ¿No crees que exageras?
-Es lo que me contó Sandra. Y ya sabes que no creo en las casualidades.
-De acuerdo, lo tendré en cuenta, pero no termino de creérmelo.
Los dos alzaron las copas y las chocaron suavemente mirándose a los ojos. Marta comenzó a servir la ensalada.
-¿Y ya tienes los resultados de los restos que encontraste en el Diocesano? –preguntó él.
-Sí, aunque han arrojado una fecha algo posterior a lo que yo pensaba. Las letras se pintaron con sangre, en eso sí acerté.
-Qué raro que te equivoques. Yo de ti pediría una segunda opinión.
Marta le lanzó una mirada censora a Galán, sabía que trataba de tomarle el pelo.
-Tal vez lo haga –y sonrió, terminando el tema.
Probaron la ensalada.
-Está deliciosa. ¿Quién te ha dado la receta?
-La tenía apuntada en una libreta de mi madre.
-Pues me encanta. ¿Sabes que estuve con Pedro esta tarde? Se ha visto envuelto en un par de allanamientos de domicilios religiosos.
-¿Esta tarde? ¿Estaba con Ariosto?
Galán abrió los ojos del asombro.
-Pues sí, ¿cómo lo sabes?
-La Laguna no es tan grande –volvió a sonreír-. ¿Y qué ha pasado?
Galán le relató a Marta el enigma que se le había planteado a Ariosto; la aparición de la señora Duguesclin; el susto que se llevaron las monjas; y lo que le ocurrió al empleado del taller del obispado.
-Muchas cosas en poco tiempo. ¿Quién ha podido hacer algo así?
-Tengo varias pistas, y casi todas conducen a unos franceses poco recomendables. Ya te contaré cuando avancemos.
Galán retiró los platos y colocó otros dos limpios. Marta sirvió la pasta y la probaron.
-Esto también está que te mueres –opinó Galán-. Te estás luciendo.
-Me apetecía hacer algo nuevo –le contestó-. Y esto que estoy algo cansadilla. No me vendría mal un masaje en el cuello y en la espalda.
Galán sonrió.
-En cuanto terminemos te lo doy.
-La verdad, me parece muy curioso que la letra del mensaje de la chica emparedada tenga algo que ver con una orden secreta que buscaba objetos que tocó Jesucristo, y al mismo tiempo aparezca esa señora francesa buscando el Grial y previniendo de unos tipos peligrosos que se dedican a lo mismo.
-Casualidades, Marta. Hay veces que ocurren.
-Querido Antonio, yo no creo en las casualidades. Mañana llamaré a Pedro a primera hora, quiero que me cuente que está pasando –y a continuación, dulcificó su expresión-. Pero antes, el masaje.


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Estos capítulos corresponden a una iniciativa de Mariano Gambín, en colaboración con sus amigos de Facebook, para aportar un rato de entretenimiento en estos días de reclusión forzosa.
Si has llegado tarde al inicio, puedes leer los demás capítulos en misterioenlalaguna.blogspot.com, y ofrecer ideas para su continuación
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