MISTERIO EN LA LAGUNA. CAPÍTULO 46


Santa Cruz de Tenerife.


Ariosto se había levantado temprano, un poco después de las siete. Se había afeitado, pasado por la ducha y vestido con ropa informal –aquel martes no necesitaría la corbata– y había bajado a desayunar.
A pesar de las protestas de Fidela, había declinado la invitación de unas tostadas con mantequilla y las había cambiado por una manzana Golden cortada en gajos que acompañaba con láminas de queso fresco de Fuerteventura. Un café con leche con leche desnatada completó el desayuno.
–Señorito, eso es poco. A las once se va a desmayar del hambre.
Ariosto sonrió a modo de disculpa. Fidela siempre quería que comiese algo más contundente, llevaba toda la vida así. Algunas veces le hacía caso, pero otras no. Aquella mañana quería estar ligero. A las nueve, hora en que se abría el Archivo Histórico Provincial al público, había quedado allí con Pedro Hernández y con la señora Duguesclin para investigar el entorno del pintor Quintana y de fray Pedro, el pagador de las obras de la capilla de la iglesia de las Claras.
En el mismo instante en que tomó el último sorbo de su café con leche escuchó el teléfono fijo, que sonaba en el despacho. Miró su reloj, extrañado. Quedaban diez minutos para llegar a las ocho. ¿Quién podía estar llamando a aquella hora? Con toda probabilidad, sería un operador telefónico de la Península que ofrecía productos telefónicos o financieros sin darse cuenta de la hora que era en Canarias.
Algo molesto, se levantó y fue a responder la llamada.
–¿Dígame? –contestó al descolgar.
–Luis, ocurre algo raro.
Ariosto reconoció de inmediato la voz de su tía Enriqueta, y el hecho de lo llamase Luis en vez de Luisito hizo que saltara una alarma en su cerebro.
–Buenos días, querida Enriqueta. ¿Qué es raro para ti?
–Estoy llamando a Adela y no me coge el teléfono. No es normal.
–¿Tal vez no es algo temprano? Es posible que se le hayan pegado las sábanas. Anoche nos acostamos algo tarde.
–Adela duerme menos que yo por las noches, Luis. Y a las ocho tenía la clase de Tai–chi–como–se–llame eso que hace. Siempre la llamo a esta hora por si hay algún chisme que contar y que necesitemos saber para el resto del día.
Ariosto recordó los tiempos en que ambas hermanas solo se comunicaban por carta –el teléfono les parecía carísimo–. Y él tuvo que desplegar todas sus artes de convicción para explicarles lo que era una tarifa plana, y para convencerlas de que el contador ya no corría desaforadamente, como antes.
–¿No habrá salido?
–Como nunca se lleva el móvil, la muy pesada, no hay modo de saberlo. Pero estoy intranquila, no es lo normal. ¿Por qué no te acercas un momento?
Ariosto entendió que habían llegado al verdadero objeto de la llamada. El tono de Enriqueta lo estaba intranquilizando a él también.
–Pues puedo aprovechar que tengo un rato libre. De acuerdo, voy a ver qué pasa.
–Gracias, Luis. Y llámame en cuanto sepas que pasa, por favor.
–Descuida, así lo haré.
Ariosto se despidió y colgó el teléfono. Se dirigió a continuación a la cocina.
–Fidela, voy un momento a casa de Adela. ¿Sería tan amable de decirle a Sebastián dónde estoy en cuanto llegue? Es que tenemos que subir a La Laguna.
–Claro, señorito. Pero llévese el móvil, y recuérdele a doña Adela que le devuelva el libro de recetas de postres canarios que se llevó hace unos meses. Me prometió que lo devolvía en una semana y mire la fecha en que estamos.
–Ya sabe cómo es ella, Fidela. No tiene remedio.
Ariosto pasó por el baño a cepillarse los dientes, se colocó una chaqueta ligera de color beige y cogió el teléfono y las llaves. Antes de salir, llamó al número móvil de Adela y posteriormente al fijo. No contestó nadie en ninguna de las dos ocasiones. Algo inquieto, salió por la puerta principal y bajó los escalones que antecedían a la cancela metálica que daba a la calle. El paseo hasta la casa de Adela llevaba menos de cinco minutos y se plantó en la esquina de Numancia con 25 de julio en un santiamén.
Pulsó la tecla correspondiente en el portero eléctrico del portal. No obtuvo respuesta. Se acordó de que Belkis, la asistenta de Adela, no trabajaba los martes, por lo que no podía contar con que le abriera. Resolvió tocar el timbre de los vecinos de al lado, los Dávila Dávila, que se llevaban bien con ella.
–Buenos días –saludó en cuanto respondieron–. Soy Luis Ariosto, el sobrino de Adela. Es que no me responde. ¿Me podría abrir?
La puerta se abrió con un chasquido y Ariosto la empujó para entrar en el portal. Subió las escaleras con rapidez y llegó al rellano que compartía con los vecinos. La puerta de los Dávila estaba abierta y la señora Dávila, en bata larga y rulos –todavía había señoras que los usaban–, le esperaba allí.
–Hoy no la he oído –le confesó la mujer–. O ha salido muy temprano, o está dentro.
Ariosto asintió y tocó el timbre de la puerta. Pasaron unos segundos y nadie abrió.
–Adela me dejó una llave, ya sabe, por si se nos cierra la puerta estando fuera –le informó la mujer–. ¿La quiere?
–Si es tan amable, le estaría muy agradecido.
La señora desapareció detrás de la puerta y volvió en pocos segundos.
–Aquí la tiene.
–Muchísimas gracias –dijo Ariosto al recibirla.
La puerta se abrió sin ninguna facilidad. No tenía pasada la vuelta de la cerradura. Ariosto entró en la vivienda y dejó la puerta abierta. El recibidor se encontraba como siempre. Nada fuera de lugar.
–¿Adela? –dijo en voz alta–. ¿Estás por ahí? Soy Luis.
Silencio absoluto. Caminó por el pasillo hasta llegar al salón, el que daba al exuberante follaje del parque García Sanabria. No estaba allí. Revisó la cocina, que no tenía signos de haber sido utilizada recientemente, el cuarto de costura, el de la televisión y el de invitados, antes de llegar a su dormitorio. Se asomó dentro y comprobó que la cama se encontraba deshecha. El baño interior estaba vacío también. Se acercó a la mesita de noche y lo que vio no le gustó nada. Sobre ella se encontraban el móvil de su tía, sus anillos y sus pendientes favoritos. Ella no saldría nunca a la calle sin ellos.
Y Ariosto comenzó a preocuparse.




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Estos capítulos corresponden a una iniciativa de Mariano Gambín, en colaboración con sus amigos de Facebook, para aportar un rato de entretenimiento en estos días de reclusión forzosa.
Si has llegado tarde al inicio, puedes leer los demás capítulos en misterioenlalaguna.blogspot.com, y ofrecer ideas para su continuación.



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